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La plazuela perdida

¿QUÉ HUELGA GENERAL?

El otro día, mientras probábamos el vino de la bodega, acompañado por caracoles de mayo, al rumor de los reciales del Tirón, un amigo me preguntó: “¿Qué te parece la huelga general?” Y así al pronto, la verdad, me salió sin querer otra pregunta: “¿Qué huelga general?” Tras el coro de risas de la media docena de presentes, otro dijo con buen tino: “No hace falta que digas nada más, que harto has respondido”. Y es que jamás una huelga general había generado menos expectación, a la vista de los pocos días que quedan para su ejecución, a pesar de que, teóricamente, hay más motivos que nunca para que el personal tuviera ganas de pelea: recordemos que, en democracia, jamás se había bajado el sueldo a los funcionarios -la congelación de las pensiones cuenta menos, porque los jubilados no tienen posibilidad de hacer o no huelga- y tampoco se había facilitado tanto el despido como se propone en la reforma laboral, dejando de lado si es necesario o no.

Entonces, ¿por qué se siente la huelga como si fuera algo ajeno, como si fuese cosa de otros? Yo creo que a los trabajadores la huelga les puede plantear un dilema: si es un éxito, lo van a hacer suyo los sindicatos y, si es un fracaso, lo va a celebrar, como un éxito, el Gobierno; y me da la impresión de que a muchos posibles huelguistas no les gusta ninguna de las dos opciones. Cuesta más entender que no guste el éxito sindical, pero es que mucha gente está cansada de tanto liberado sindical y tanta subvención; y ha hecho daño que, casi a la vez que se anunciaban los recortes salariales y la congelación de las pensiones, se ofreciera más dinero para secciones sindicales. Se está instalando en la sociedad la percepción, verdadera o falsa, de que los sindicatos son una especie de funcionariado, sin oposición y con poco trabajo, que viven de la buena voluntad del Gobierno de turno y que se preocupan fundamentalmente de negociar su supervivencia económica y de mantener sus privilegios: liberados, cursos, subvenciones, etc.; y es una lástima, porque, si los sindicatos no existieran, habría que inventarlos, ya que es el único contrapeso a los posibles excesos empresariales.

En estas circunstancias, con un Gobierno que golpea fuerte el bolsillo de los trabajadores, aunque culpe a la oposición, y con el modelo sindical que ha entrado en una deriva que no gusta al pueblo –llamó mucho la atención que 16.000 delegados sindicales estuvieran en Madrid abucheando a Zapatero, en horario de trabajo y en día laborable, por cierto ¿alguien sabe cuántos liberados hay?-, no es de extrañar que la huelga general se vea más como un compromiso desagradable que como un medio de defender los derechos de los trabajadores; como un “quisiera hacerla, pero no se…”. Vamos, que, tomar la decisión, a muchos les resulta un papelón.

“ALONSO CHÁVARRI”

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Por Jesús Miguel ALONSO CHÁVARRI

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