Durante muchas décadas, en las películas de Hollywood, se ha hecho una defensa a ultranza de lo que llamaban el modo de vida americano -el “american way of life”-, y cualquier cosa que pudiera atentar contra este estilo de vida era considerada altamente peligrosa y merecedora de los peores males. Esto ha servido para demonizar cierta oposición política, económica, religiosa, cultural, etc., incluso para iniciar la caza de brujas del senador McCarthy, que acusó a muchos personajes, principalmente de Hollywood, de actividades antiamericanas.
He de confesar que nunca me ha gustado el modelo americano: esa exaltación del individuo que, en cuanto alcanza la mayoría de edad, suele irse de casa y suele perder las relaciones familiares casi de por vida; esas personas sin raíces, que van de un lugar a otro y que, salvo que se hagan un seguro privado, carecen de cobertura sanitaria; ese medrar a toda costa, disfrazado de “hombre hecho a sí mismo”, que permite pisotear a los de alrededor, para amasar dinero, como si la vida no tuviera fin, etc., etc.
Tampoco me gusta la letra pequeña del modelo, que se está introduciendo en Europa, en España… en
Es inevitable que muchos ciudadanos sean sensibles a esa visión del modelo que lo asocia a la modernidad, al estilo de vida ideal, pero me sorprende que, prácticamente todos, los Ayuntamientos hayan caído en la trampa del modelo y hayan favorecido la creación de estos hiperespacios que, con la zanahoria de unos puestos de trabajo, están acabando con pequeños negocios y con la vida en el centro de la ciudad.
Menos mal que aún quedan personas sensatas, que no se dejan influir por estas modas y siguen fieles a las costumbres tradicionales: las comidas de siempre, el paseo con los amigos, tomando un vino de Rioja en el centro de la ciudad, o la cena en la bodega del pueblo, aunque cada vez son menos. De los americanos, me quedo con la imagen de John Wayne, acercando la derecha a su revólver y diciendo: “Yo que tú no lo haría, forastero.”
“ALONSO CHÁVARRI”