Son tiempos absurdos, estos que nos ha tocado vivir, aunque intuyo que todos los tiempos son absurdos, o quizá ninguno lo es, que viene a ser lo mismo, pero son tiempos incongruentes; si no, analicen ustedes la situación política: tenemos un gobierno socialista que congela pensiones, baja sueldos, da dinero a la banca…, y una oposición conservadora que no siempre está de acuerdo con estas medidas antisociales; un Gobierno que va a suprimir los cuatrocientos veintiséis euros de subsistencia a los parados, pero va a crear legiones de ¿funcionarios? para que asesoren y orienten a estos parados, que se han quedado sin el chocolate del loro. ¿Serán psicólogos, estos orientadores de parados, capaces de hacerles ver que no es tan malo vivir sin dinero? Porque entonces deberían ocupar directamente los puestos de los gobernantes y dedicarse a hablar por televisión. ¿O serán consoladores en momentos trágicos, al igual que hacen otros psicólogos en casos de grandes accidentes mortales? Si es así, ya se está reconociendo implícitamente la tragedia del paro; aunque propiamente la tragedia no es el paro, sino la falta de sueldo. Eso de que el trabajo dignifica al hombre es una milonga, inventada por algunos que nunca han trabajado; lo que realmente dignifica al hombre es el salario, por eso los cuatrocientos veintiséis euros cumplen una función social: evitar la tragedia, pues es bien sabido que las penas con pan son menos. Sí, ya sé que el Gobierno no quería tomar estas medidas, que le han obligado desde Bruselas o desde los mercados, que nadie sabe qué demonios es eso de los mercados, pero todo el mundo intuye que es lo mismo que Bruselas, con distinto collar: un sitio donde se preocupan mucho porque la economía vaya bien, la economía de los grandes, se entiende, no la suya o la mía, que les importa un bledo, ya no digo la del parado que se ha quedado sin los cuatrocientos veintiséis euros, que ese no tiene economía, lo que tiene son ganas de comer. Y digo yo, si el Gobierno no quería tomar esas medidas, ¿por qué las toma? Mi abuelo siempre decía que, si uno hace una cosa, es porque la quiere hacer, que eso de “yo no quería…” es marear la perdiz y cosa de samarugos –nunca explicó qué es un samarugo, pero empiezo a imaginármelo-. Claro que, si un Gobierno se ve obligado a hacer justo lo contrario de lo que quiere, debería dejarlo, digo yo, aunque sólo sea por coherencia y dignidad; y, si no lo hace, sus propios apoyos –eso que llaman bases- deberían cambiarlo, sigo diciendo yo, más que nada por vergüenza torera, o sea por no pasar vergüenza, aunque ahora ya no sé si existe esa sensación, que es una cosa como antigua. Aunque, bien mirado, si todos los que no tienen vergüenza, que son los que hacen pasar vergüenza, tuvieran que irse, igual se quedaban solos los de los cuatrocientos veintiséis euros. Esos que no gustan a los mercados. Los mercados sinvergüenzas.
“ALONSO CHÁVARRI”