El título no se refiere a la prescindible comedia americana, de adjetivos contrapuestos: “Este muerto está muy vivo”, sino a la extraña noticia, capturada en un zapping habitual, provocado por la escandalosa cantidad de publicidad televisiva en algunas cadenas privadas, con origen en algún lugar de la profunda y extinta Unión Soviética. La historia es esta: una mujer, aparentemente muerta, es metida en el ataúd, velada y llevada a enterrar: en mitad del entierro, la mujer vuelve de su catalepsia, despierta y, al ver que la están enterrando, muere de la impresión, ahora sí, definitivamente.
El morir de mentiras tiene estas cosas: uno le toma afición a estar muerto y acaba muriéndose de veras. Ya dice el refrán: “El muerto al hoyo y el vivo al bollo”, pero, si uno está en el hoyo, resulta difícil volver al bollo. La humanidad lleva miles de años intentando seguir “al bollo” y no ir “al hoyo”, pero de manera infructuosa. Los muertos sólo pueden estar vivos en el recuerdo, lo cual no deja de ser una forma sucedánea y figurada de vida, sin embargo, los vivos tienen más fácil transformarse en muertos: sólo es cuestión de tiempo; también hay vivos que parecen muertos, pero son los menos, salvo en política, donde abunda el muerto viviente, sobre todo al final de algunas legislaturas, como la actual, sin ir más lejos.
Decía un viejo proverbio francés que, cuando uno está muerto, lo está por largo tiempo, pero hay que reconocer que también la muerte tiene alguna ventaja, porque el que muere paga todas sus deudas, como escribía Shakespeare en La Tempestad, claro que el bueno de William no conocía a los actuales bancos, especialistas en cobrar deudas, después de muertos –o en cobrar la hipoteca de la casa, después de haberla perdido por impago, que viene a ser lo mismo-, pero los bancos no cuentan porque no son de este mundo, ellos viven en otro mundo paralelo, en el que rigen leyes no humanas, o sea inhumanas, y lo que a un humano llevaría a la cárcel –verbigracia: gastar un dinero que no es suyo-, a los bancos se les arregla con una derrama del dinero de todos o unas fusiones a la carta, que tampoco es cuestión de ponerse borde con los banqueros por una minucia de miles de millones de euros. Y, si su mala gestión provoca una crisis mundial galopante, ya se arreglará con unos cuantos recortes, que para eso están los sueldos de los funcionarios y las pensiones.
Mi amigo Nicasio, que es un idealista, además de iconoclasta, decía al comienzo de la crisis financiera de las “subprime”: “Desengáñate, los bancos están muertos”; sí, pero son unos muertos muy vivos, de los que no se mueren luego de la impresión. Como la rusa.
“ALONSO CHÁVARRI”