Este año pasado, la mortalidad infantil, no sé si en África o en el mundo, descendió un cincuenta y tres por ciento, lo cual es muy buena noticia, al igual que es una buena noticia que Europa acoja a unos cientos de miles de refugiados, pero el problema va mucho más allá, pues la inmigración incesante y acelerada no va a tener fin y la pregunta es: ¿Cuántos inmigrantes puede admitir Europa? O lo que es lo mismo: ¿Cuál es el límite? Está previsto que en los próximos pocos años la población africana y asiática crezca en mil doscientos millones de personas, de los cuales, es de prever, más de la mitad se dirigirán a Europa y se doblará con creces la población de nuestros países; si nos vamos un poco más allá, cuando aún vivan nuestros nietos, la población del planeta se dirigirá hacia los cincuenta mil millones de habitantes, lo cual comenzará a poner en riesgo la propia existencia de la humanidad, pues es bien sabido que, en un sistema cerrado, la población de cualquier especie crece, si hay comida, hasta que, en un momento determinado, mueren todos, envenenados por sus propios residuos . Resulta curioso que en un libro antiguo -creo que era DIARIO DE UN CONFESOR- se alentara a tener muchos hijos, porque no habría problemas hasta que la tierra tuviera mil millones de habitantes y eso aún estaba lejos; hoy tenemos  cerca de ocho mil millones.

Que en la tierra hay demasiados habitantes, es un hecho incontrovertible -no hay más que ver algún reportaje para comprobar que en la India, por ejemplo, prácticamente las personas no caben por las calles de las ciudades-, pero a nadie parece preocupar, de los que pueden hacer algo, que la humanidad camine hacia su autodestrucción, que comenzará a ocurrir no mucho más allá del final de siglo, si todo sigue como hasta ahora. El panorama que se avecina, y que verán nuestros nietos, se parecerá mucho a lo que reflejan algunas películas futuristas: un planeta con ghettos de alto standing, para la gente poderosa, que vivirá, rodeada de altas medidas de seguridad, en ciudades aisladas, y el resto del planeta será un inmenso estercolero en el que apenas cabrán los excesivos habitantes de nuestro mundo.

El pesimismo que, a este respecto, tenemos mucha gente de edad, a pesar de que no nos afectará, contrasta con el natural optimismo de la juventud, que no se plantea estas cuestiones que les afectarán en el futuro; extraña menos que no se lo planteen los políticos, pues la crisis definitiva del planeta llegará más tarde que las próximas elecciones, y ya sabemos que, en política, lo que ocurra más allá de las elecciones siguientes es como si no existiera. Sería conveniente e imprescindible replantearse el crecimiento, considerado ahora como panacea de casi todo, pues un crecimiento cero parece lo más sensato y conveniente para la humanidad; y conseguir un eficaz control de la natalidad, pero esto es más difícil, mientras haya culturas que fomenten el tener muchos hijos y lo consideren un bien, casi un mandato, divino.

Sí, nos acercamos, cada vez más, al caos crepuscular del planeta tierra, aunque esto no parezca importar a casi nadie. ¡Así somos!

“ALONSO CHÁVARRI”