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LOS CARACOLES DE FERMÍN Y EL CRECIMIENTO ECONÓMICO

La otra mañana, en el pueblo, alrededor de un plato de caracoles y un azumbre de vino, unos cuantos amigos arreglábamos el mundo, después de haber arreglado, con azufre, la tristeza lacia del plantío de tomates; hasta que Fermín, el camionero, dijo: “He aparcado el camión una temporada y ayudo a mi mujer con la tienda. Al precio que está el carburante, no se puede trabajar en el transporte.” Lo primero que pensé fue que las petroleras y algún especulador se estaban forrando, a costa de trabajadores como mi amigo Fermín, y que los efectos del alza del crudo eran ya algo más que daños colaterales. Entonces, Celso nos propuso ir, por la tarde, a coger cerezas, pues un amigo suyo tenía una finca ecológica con cientos de árboles que no iba a recoger, porque el precio que le ofrecían no compensaba el salario de los recogedores, aunque luego ese precio se multiplicaba por ocho o diez al llegar al consumidor. Este hecho, que se repite con alguna frecuencia en otros productos agrícolas, me convenció de que algo no marcha bien en un sistema económico en el que suceden este tipo de cosas.

Siempre he pensado que el sistema económico actual falla por su base: la obsesión por el crecimiento, aunque debo de estar equivocado, ya que casi todos los expertos piensan lo contrario: que el modelo de crecimiento es la panacea universal. Como matemático de profesión, no creo en el crecimiento continuo en un sistema cerrado, como es nuestro mundo, y tasas de crecimiento del 3 % anual, que es a lo que se aspira de forma perenne, obligan a aumentar la población, las materias primas, los alimentos y el consumo, en proporción parecida. El crecimiento del consumo, aparte de problemas éticos, por lo innecesario, derrochador y, para muchos, injusto, podría ser asumible por el planeta; el aumento necesario de materias primas y alimentos no sé si es factible a corto y medio plazo, pero evidentemente es imposible a largo plazo; es el aumento de la población lo que me parece un drama, pues, como en cualquier sistema cerrado con abundancia de alimentos –en el caso de que los hubiera- desaparecería la especie, muerta por su propia basura.

Ante esta perspectiva, ¿por qué los expertos economistas y gobernantes siguen empeñados en este modelo del crecimiento? ¿Por qué cierran los ojos y condenan a nuestros hijos y nietos a un futuro caótico? A mí, este razonamiento me parece de una lógica aplastante, pero algo debe de escapárseme, porque todos los entendidos no pueden estar equivocados. O no deberían estarlo. Y puede que los problemas de Fermín y del amigo de Celso sean los primeros síntomas del fracaso de un modelo, que intenta continuar huyendo hacia adelante.

“ALONSO CHÁVARRI”

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Por Jesús Miguel ALONSO CHÁVARRI

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