Las vacaciones ya no son lo que eran. No hace demasiado, era habitual que las mujeres y los niños pasasen los tres meses del verano en el pueblo –los pudientes en las playas mediterráneas y los potentados en San Sebastián- y, los hombres, el mes de agosto completo. Ahora, las vacaciones se fraccionan en semanas, generalmente para viajar, y sólo se va al pueblo a pasar las fiestas. Se está imponiendo ese modelo vacacional, fomentado por agencias de viajes y supuestos paraísos turísticos, de viajes organizados, o no tanto, en el que, cuanto más lejos se va, más parece que se disfruta, y que sólo es frenado por las crisis económicas y la falta de crédito. Esta forma de coger las vacaciones por semanas, en la que apenas da tiempo a desconectar del trabajo, choca, sin embargo, con el aumento de los traumas posvacacionales y los síndromes de la vuelta al trabajo; han aparecido en prensa varios estudios y encuestas, que demuestran cómo aumenta el absentismo laboral después de las vacaciones, y también los lunes, especialmente entre los trabajadores jóvenes, lo cual es llamativo.
Partamos de la base de que, entre los trabajadores, siempre ha habido de todo, como en botica, y de que es bien conocido que la mitad de las ausencias al trabajo suelen proceder del 10 % de los trabajadores, es decir que podríamos hablar de “habituales del absentismo”, pero parece un dato incontestable, por lo que dicen los estudios, que ahora se falta al trabajo con más facilidad que en décadas anteriores, lo cual merece una reflexión: reconozco que no soy un adicto al trabajo, al menos al que me da de comer, y ya he contado en alguna ocasión que, en esta sociedad, creo que, en general, se trabaja demasiado y debiera seguirse el camino de trabajar menos y crearse menos necesidades, pues la felicidad, para la mayoría, la da el ocio más que el trabajo; esta forma de pensar no está reñida con la costumbre, casi obsesión, de no faltar al trabajo. En mi generación, está extendida la idea de que faltar al trabajo es algo grave –aunque hay de todo, ya lo he dicho antes- y es habitual ver a compañeros trabajando con gripe, en vez de estar en la cama; y es frecuente encontrar personas que, en diez años, no han faltado un solo día a su “tajo”. Por eso extraña que, según dicen las encuestas, las nuevas generaciones falten con más facilidad. Se me ocurren muchas causas para este fácil absentismo, pero ninguna tiene solidez; quizá sea consecuencia de la nueva educación, que hace mucho más hincapié en los derechos que en los deberes de los más jóvenes. O puede que el motivo sea la falta de descanso, en los fines de semana y en esos viajes tan disparatados en los que se emplean las vacaciones.
“ALONSO CHÁVARRI”