Lo de aprovechar la política para hacer dinero, no es nada nuevo. En la dictadura, estas cosas no trascendían, pero se sospechaban, y, como decía aquel: “A mí póngame donde “haiga”, que de lo demás ya me encargaré yo.” Algunos ingenuos pensaron que, con la llegada de la democracia, se acabarían los “negocios políticos”; otros, más ingenuos aún, creyeron que lo de meter la mano en el saco común era cosa de la “derechona” y se acabaría con la llegada de la izquierda al poder, como si la débil naturaleza humana entendiese de colores políticos; muchos aún no han perdonado ni se han recuperado de aquella corrupción asombrosa, llamada de los Roldanes, que proliferó en la izquierda de los últimos ochenta: caso Roldán, director de
Estos trapos sucios, que ayudan a limpiar, suelen aparecer preferentemente en épocas electorales, con el evidente fin de minar la credibilidad de algún partido y, desgraciadamente, o tal vez no, entran, por costumbre, dentro del juego político. Estas elecciones de marzo, a pesar de ser unas elecciones menores –y que no se ofenda nadie- han sido especialmente virulentas, en este sentido, y los medios de comunicación se han hecho de eco de corrupciones y posibles corruptelas varias: los casos del yate y los negocios eólicos, así como el lujo asiático de las sillas, que han costado las elecciones gallegas; el asunto del cazador cazado sin licencia, que costó la dimisión al ministro; las esparcidas dudas sobre la financiación irregular de algún partido, que todavía colean; más casos urbanísticos… demasiado para tan corta campaña.
Yo no sé si levantar las alfombras, en época electoral, ayuda a separar el grano de la paja, supongo que sí, y más vale tarde que nunca, pero pone en solfa la credibilidad de la clase política y eso no es bueno. Hace unos días, un veterano y admirado columnista, de nuestro diario
“ALONSO CHÁVARRI”