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La plazuela perdida

POLÍTICA Y DEPORTE

Con motivo de la reciente conquista del campeonato del mundo por los muchachos de la selección española de fútbol, vuelve el runrún de la difícil relación entre política y deporte. Es un hecho indiscutible que los modelos mediáticos –el ser humano siempre ha necesitado modelos en los que ver reflejadas sus aspiraciones y ansias- ya no son los grandes hombres de la ciencia, de las artes o de la milicia, mucho menos de la Iglesia o de la política, sino que son los dioses del estadio: los grandes deportistas y, sobre todo, los ases del deporte rey, del fútbol.

La política tiende a fagocitar todo aquello que es admirado por el pueblo, intentando hacer suyo cualquier evento susceptible de ser transformado en votos. A pesar de ello, siempre hemos visto con agrado que los deportistas, después de una gran gesta, sean recibidos por las autoridades políticas, por lo que supone de reconocimiento a sus victorias; sin embargo, ahora, con los campeones del mundo de fútbol, surge un matiz desagradable en las celebraciones: la queja, desde círculos nacionalistas periféricos, por la mezcla de política y deporte. No deja de ser curioso que sean precisamente los nacionalistas, siempre dispuestos a exaltar lo suyo, incluso las gestas más ridículas, quienes se quejen de esa proliferación de banderas españolas en calles y plazas de ciudades españolas, dejando caer su malestar por lo que consideran mezcla de política y deporte.

La cuestión no merecería una línea, si no fuese porque viene de sectores que no han dudado en sacrificar la convivencia ciudadana e, incluso, en alimentar rencores y miedos con tal de avanzar hacia sus fines; se quejan de que otros puedan hacer ocasionalmente lo que ellos hacen sistemáticamente. Me recuerdan al niño que jugaba con su balón y le dijo al compañero, que conducía un hermoso coche a pedales, para que se lo dejara: “¿No te han dicho en el colegio que hay que compartir?”. El otro se lo dejó y, mientras, cogió el balón del primero. Al ver, el de la frase, que el amigo jugaba con su balón, fue raudo a quitárselo, ante el asombro de su padre, que le recriminó: “¡Pero no decías que hay que compartir!”; y el niño, asombrado, contesto: “Sí, pero no el balón, que es mío”.

En el fondo, ese malestar que les producen las alabanzas a España, la preponderancia de la bandera rojigualda, el ver a deportistas que comparten sus enseñas autonómicas con la del Estado… no es sino miedo a que se les pueda colar aire liberador en sus cerrados corralitos. Intentan, sin conseguirlo, enturbiar la imagen rojigualda de los chicos españoles levantando la copa. Una imagen que reconcilia con la vida. Como la del heroico capitán besando a su chica.

“ALONSO CHÁVARRI”

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Por Jesús Miguel ALONSO CHÁVARRI

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agosto 2010
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