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La plazuela perdida

COSAS DE NAVIDAD

La Navidad ya no es lo que era. Antes, a la gente le hacía ilusión que llegasen las fechas de Adviento, que tenían olor a musgo y a pesebre, a misa del gallo y a sidra El Gaitero, a turrón del duro y a castañas –el pavo se lo comía Carpanta, que era el pobre que algún rico ponía en su mesa- y un hálito envolvía bellas historias de reyes que seguían a la estrella, de un viaje a Egipto, de otro rey perverso, que degollaba niños, y de pastores. Ahora es otra cosa; casi nadie sabe qué es el Adviento, el olor predominante es a Corte Inglés –paraíso del regalo obligado- y a viajes, cuando no están en huelga los controladores; y el hálito que nos envuelve es la niebla de la duda y la desconfianza. Antes, los reyes llegaban de Oriente, que era un lugar con desiertos, lámparas maravillosas, tesoros, sésamos y con mil y una noches, y venían en camellos de una joroba, que bebían agua en el alfeizar de la ventana, mientras los magos dejaban sus regalos en los zapatos y bebían la copita de anís; ahora, tienen mucha competencia: un gordo barrigón, que viene del polo norte, en un trineo tirado por renos, y baja por las chimeneas con su saco a cuestas, así como un carbonero euskaldún –este tiene más sentido, pues, puesto a entrar por la chimenea, mejor alguien familiarizado con el hollín-. Para muchos, lo moderno es el gordo del saco -tiene aire anglosajón, sale en las películas de la televisión y no tiene connotaciones religiosas, que son una cosa terrible y antigua para ciertos progresistas de ideas cortas y cultura escasa-, y lo cuelgan de su balcón, como si fuera un tiesto de geranios.

Ahora, la Navidad hay que celebrarla con precaución. En Belén están en guerra, desde hace más de cuarenta años y llevan camino de entrar en el Guiness, y la conmemoración ha de ser cauta; no la fiesta, que para comer, beber y comprar hay barra libre, que viene bien a esta economía de crisis y atropellos, pero sí la celebración cristiana, que para algunos es provocadora porque puede molestar a los no creyentes o a los creyentes en otros profetas, y ya están sustituyendo los símbolos tradicionales por lucecitas, árboles, gorros rojos, ramos de acebo, renos e, incluso, por el gordo barrigón –se ve que éste no provoca tanto como los personajes del Nuevo Testamento, que dicen es una cosa muy pasada de moda-.

En Navidad, mi abuela nos daba castañas y compota y nos hacía cantar un villancico sobre un niño que estaba en cueros, tenía frío y entraba a calentarse, porque en este mundo falta caridad y el que la tiene no la quiere dar –hay cosas que nunca cambian, otras sí, o quizás es que hay que cambiar algunas cosas, como los símbolos tradicionales cristianos, para que no se vean esas otras, ¡ay!, que nunca cambiarán-. Y mi abuela, para cenar en Nochebuena, también nos daba berza y pollo. Como a Carpanta.

“ALONSO CHÁVARRI”

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Por Jesús Miguel ALONSO CHÁVARRI

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