Lo más llamativo de esta confrontación electoral ha sido que, por primera vez en muchos años, no han ganado todos, como nos tenían acostumbrados. En realidad, nunca ganaban todos, pero querían convencernos, con discursos maniqueos –si no he perdido del todo, es que he ganado- de que habían mejorado sus números, porque “a los números se les hace decir lo que se quiere”, aunque sea justo lo contrario: un número es una realidad tozuda que no admite interpretaciones; pero los candidatos perdedores solían tener una disculpa, buscaban un perfil a los números que justificase su actuación y les permitiese seguir mandando, que es casi la única misión de muchos malos políticos. Ahora no; la realidad electoral ha sido tan esclarecedora, los resultados tan evidentes, los números tan rotundos, que los perdedores se han visto obligados a reconocer su derrota. No todos, pero sí los principales, como el presidente Zapatero, quien, en un gesto desacostumbrado y que le honra, reconoció su derrota, sin paños calientes.
En La Rioja, era esperada la mayoría absoluta del Partido Popular, pero ha sorprendido lo abultado del resultado. La explicación me parece sencilla: el presidente riojano transmite cercanía, ser “uno de los nuestros”, y da sensación de hombre honesto, lo cual, en los tiempos que corren, es mucho; y si a esto añadimos la marea nacional: la actuación contradictoria de Zapatero ante la crisis, empeñado en negar la evidencia de los recortes que llevó a cabo, tenemos el porqué de ese 52 por ciento de los populares.
Más ha sorprendido, a algunos, por lo exagerada, casi escandalosa, la victoria de Cuca Gamarra en Logroño, aunque a mí no. Había demasiadas expectativas en el Partido Socialista, sustentadas, casi exclusivamente, en la bonhomía de Tomás Santos, lo cual no podía ser suficiente para frenar la marea de frustración nacional, así como el novedoso empuje de la futura alcaldesa, que asciende con fuerza en el escalafón del Partido Popular.
Tampoco intuían, muchos, el batacazo del Partido Riojano, pero era de esperar, antes o después, ya que un partido sin ideología es difícil de mantener, y el acechar la oportunidad no se sostiene en el tiempo. Llama la atención que Izquierda Unida no consiga aprovechar el descalabro socialista y quede al nivel del partido de Rosa Díez, me atrevo a insinuar que quizá tenga que ver con el desprestigio sindical en los últimos tiempos, tan perjudicial para las formaciones afines.
Así que estas elecciones riojanas han dejado un único ganador: el Partido Popular; todos los demás han perdido, como siempre, aunque esta vez sin discusión. No han podido buscar una coartada.
“ALONSO CHÁVARRI”