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La plazuela perdida

SOBRE EL AMOR


Sí, ya sé que es muy pretencioso titular así una columna periodística, porque del amor se suele saber muy poco, o demasiado, que seguramente viene a ser lo mismo, y, como decía Alejandro Dumas: “En cosas de amor, el escribir es peligroso y, además, es inútil”; y todo el mundo conoce que la situación del enamorado es la única que no mejora con la experiencia, así como tampoco admite la experiencia ajena, y, cuando se solicita consejo a una persona sensata, sobre esta particular y generalizada situación, suele despachar el encargo con la manida frase: “No sé qué aconsejarte, porque no hay dos casos iguales”.

En la literatura amorosa podemos encontrar, desde los empalagosos asertos: “Poesía eres tú”, “Amor es no tener que decir nunca lo siento” y otros de semejante índole, hasta la fría y preocupante constatación científica de que el amor es un proceso de tipo químico, desatado por el simple ascenso de una anfetamina.

Se ha repetido mucho, aunque generalmente en tono jocoso, que el enamoramiento es un trastorno mental transitorio –Calderón decía que cuando el amor no es locura, no es amor-, lo cual no deja de ser cierto, porque algunas acciones del enamorado le avergonzarían, si las hubiese realizado sin ese sentimiento de amor, aunque también es cierto que estas manifestaciones ridículas, propiciadas por el insensato amor, están socialmente aceptadas, más que nada por aquello de que “El que esté libre de pecado que tire la primera piedra”. Conocí a un joven que se pasó medio verano, sentado en un banco, frente a la puerta de su amada, esperando que saliera para hablarle de su pasión amorosa; jamás se atrevió a hacerlo y decidió olvidarla, antes de perderse el otro medio verano. También tuve un amigo que sacó gran provecho a su amor desmedido, ya que adelantó un curso en un verano, haciendo en tres meses el trabajo de un año, para poder ir a estudiar a la ciudad de su adorada, si bien, luego, ni siquiera habló con ella; debo dejar claro que este último caso es una excepción asombrosa, porque lo normal es perder el año, en vez de ganarlo, por mirar en demasía “la luna de Valencia”.

Una vecina, de escasa belleza, exponía a mi abuelo, un agricultor de probada sensatez, la convicción de que, debido a su físico, no esperaba encontrar el amor, a lo que él contestó: “Siempre hay un roto para un descosido, aunque, a decir verdad y en asuntos de amores, hagas lo que hagas, te vas a arrepentir”. Ya digo: pura sensatez, si bien la sensatez, en el amor, sirve de poco, porque, como dice el narrador de mi novela EL AÑO DEL HAMBRE: “…miras aquellos ojos y todo lo demás deja de existir”.

“ALONSO CHÁVARRI”

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Por Jesús Miguel ALONSO CHÁVARRI

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