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LAS AGENCIAS DE CALIFICACIÓN Y DON QUIJOTE

Están cayendo chuzos de punta en pleno mes de julio, porque la economía no entiende de estaciones; parece que las agencias de calificación han entrado en un peligroso juego, que lleva camino de acabar con la Europa del euro, y uno no sabe ya si estas peculiares agencias bajan la calificación a ciertos países –periféricos les llaman, por no decir “los pobres de Europa”- porque no han hecho los deberes y tienen la deuda por las nubes, o bien estas pobres naciones tienen la deuda por las nubes porque les han bajado la calificación. Y, en el ínterin, los especuladores habituales haciendo el agosto en julio, con los bandazos que da el diferencial de la deuda. Yo, de esto, no entiendo mucho, pero como observador ajeno, que ve los vaivenes provocados por las agencias de calificación, no puedo dejar de sospechar connivencias extrañas, aunque todo sea más legal que la balanza. Y es que este discurrir de la economía, en pleno siglo XXI, en que a los países en dificultades se les penaliza, con lo cual les transforman el hoyo en socavón, mientras que a los países boyantes todo se les facilita más, tiene algo de infame. ¡Qué razón tenía Juvenal! En sus Sátiras, escribió: “¿Qué importa la infamia cuando queda asegurado el dinero?” Viene a ser lo mismo que decía mi amigo Gumersindo: “El primer millón hay que hacerlo como sea; los demás honradamente.” Y es que hay dos tipos de personas: los ricos y los que aspiran a serlo; los que tienen poco suelen conformarse con ello, mayormente porque no les queda más remedio y a la fuerza ahorcan, pero los ricos suelen tener peor conformar y siempre están cavilando cómo aumentar su fortuna; igual inventan cosas indispensables, que no sirven para nada, como agencias de calificación, que sí sirven para algo: para tocar las narices al personal y que algunos especuladores se arregosten con los vaivenes. Gumersindo se extraña de que Europa siga confiando en estas curiosas agencias, dice que es poner la pierna en la boca del cocodrilo y que nadie duerme con su enemigo. Yo le digo que, de dormir con el enemigo, habría mucho que hablar y que, de las calificaciones de las agencias, no parece que lo fundamental sea el déficit o la deuda, que eso es mensurable, sino algo intangible que se llama confianza, pero mi amigo no me hace caso –no sé si he dicho que Gumersindo es terco en sus razonamientos y de ideas fijas-. Yo creo que lo que le pasa a Gumersindo es que lee demasiados libros y eso no puede ser bueno, que, al final, tanta letra se revuelve y atufa en la sesera y uno acaba imaginando cosas o, peor aún, queriendo entender de economía. La gente lo sabe y por eso cada vez lee menos. Para no perder la cordura. El ejemplo está en Don Quijote.

“ALONSO CHÁVARRI”

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Por Jesús Miguel ALONSO CHÁVARRI

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