Desde que el trabajador comenzó a organizarse, su lucha ha tenido siempre como fin conseguir menos horas de trabajo y más salario; ahora, sin embargo, parece que hemos llegado al límite en ambas cosas: la llegada de la inmigración ha disparado la oferta de trabajadores con sueldos bajos y casi cualquier horario, y las tradicionales reivindicaciones sindicales, que ya habían conseguido sueldos por encima del convenio en muchísimos sectores y lugares, da la impresión de que han cedido y cambiado su estrategia hacia la organización de cursos y otras peticiones -la verdad es que los sindicatos aparentan no tener ya mucha fuerza, pues parece que sus economías dependen demasiado de la buena voluntad de los gobiernos.
Para contestar a la pregunta inicial, de si hay que trabajar más o menos, hemos de responder a esta otra: ¿dónde se encuentra la felicidad, en el trabajo o en el ocio? Indudablemente, para la mayoría, en el tiempo de ocio, lo cual nos llevaría a la conclusión de que se debe trabajar menos, pero claro, todo depende de las necesidades que uno quiera cubrir, y ahí es donde naufragan las intenciones, pues la organización social de la vida nos impele, cada vez más, a gastos de todo tipo y a crearnos necesidades sin cesar -algunos hasta pretenden comprarse piso, pero para quitar esas intenciones ya están ayuntamientos y constructores que elevan el precio de solares y viviendas-. Para vivir felices, bastaría con trabajar poco y disfrutar del ocio, pero nos han acostumbrado a que el ocio sea caro y hayamos de trabajar mucho para pagarlo -las pocas cosas que son gratis suelen ser pecado.
Salvo una pequeña parte, especie que, sin embargo, no corre peligro de extinción, que no puede vivir sin trabajar y su obsesión es el trabajo, los demás disfrutamos más del ocio reparador y gratificante. Aquello de que «El trabajo dignifica el hombre» es una falacia, lo que le dignifica es el sueldo.