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La plazuela perdida

LAVADERO DE CONCIENCIAS

Desde que el hombre comenzó a pensar y asumió sus propios actos, se ha preocupado de lavar su conciencia , ya fuera compartiendo la caza, en la prehistoria, dando unas monedas a los menesterosos, a lo largo de la historia, o sufragando gastos de oenegés y proyectos religiosos, en la actualidad. Y es que la naturaleza humana es contradictoria: por un lado necesita poseer más que los demás, al precio que sea, y, por otro, lavar su conciencia del abuso.

Tradicionalmente, se lavaba la conciencia en las iglesias, aportando dinero al cepillo de San Francisco o a las huchas del domund, dando sellos usados para los negritos de África, o para los chinos, y entregando ropa vieja al ropero de la sacristía, que nunca he sabido muy bien lo que es, pero por el que tenía devoción mi tía Jacoba. Y era cosa de gente de derechas, que era quien tenía posibles.

Desde que aparece la izquierda burguesa en la sociedad, que es una izquierda nueva, tan dada al acopio y al abuso como la derecha, también necesita lavar su conciencia –más, si cabe, porque es consciente de sus “traiciones de clase”- y comienzan a proliferar las oenegés, que hacen algo parecido a lo que hacían las Iglesias, pero parecen más progresistas y, para la nueva izquierda, tienen mejor cara.

Nunca entendí del todo qué hacían los distintos credos, intentando convertir africanos, chinos, indiecitos y otros aborígenes a su religión –no hace falta tener una inteligencia privilegiada para intuir que ninguna religiónes más “verdadera” que las demás, y que la esperada “salvación” no puede depender del lugar de nacimiento y de la religión que allí se practique–aunque la ayuda material de los misioneros no les viniese mal a los posibles conversos.

Tampoco entiendo qué hacen muchas oenegés intentando –como dice Juan Manuel de Prada en reciente artículo- “salvar a la fuerza”, a quienes no quieren ser salvados, e inmiscuyéndose en formas de vida que no son quienes para pretender cambiar. Sin duda, no es casualidad que aparezcan corrupciones y desafueros, como alguno de los recientes en Tchad o en Asia, en organizaciones de este tipo, que deberían perder el “no” delante de la palabra “gubernamentales”.En el fondo, todo esto no es sino el eterno intento del hombre por lavar su conciencia, y, el que la necesita lavar, suele ser porque la tiene sucia.

“ALONSO CHÁVARRI”

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Por Jesús Miguel ALONSO CHÁVARRI

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