El Dr. Mabuse es un perverso personaje de ficción diseñado por la pluma de Norbert Jacques. A Fritz Lang le debió de gustar la novela, así que la llevó a la pantalla en varias películas. En una de ellas –El testamento del Dr. Mabuse (1933)– Lang inventaría una historia muy sugerente con tan alevoso protagonista: Mabuse, encerrado en un manicomio, ya no delinque, pero ha dejado pululando su delirio en manuscritos con minuciosas explicaciones de planes criminales perfectos: un testamento envenenado. La tesitura jurídica es de primer orden, y es que los criminales comunes delinquen siguiendo las privilegiadas instrucciones del gran enemigo de la civilización, que ahora es solo un tipo postrado en una cama. Mutatis mutandis: Daesh ha lanzado instrucciones en abstracto para acabar con Occidente y, a golpe de perversidad, hay quien recoge el testamento y le da cuerpo. Y mata.

Hay, sobre todo, dos dimensiones de análisis: la primera, estrictamente jurídica, penal, según la cual al delincuente material se le conecta a bocajarro con el concepto de terrorismo. Mediáticamente la conexión terrorista se señala desde el primer momento, pero no podemos concluir con rotundidad jurídica que un delincuente común que lee el testamento de Daesh pertenezca a un grupo terrorista, por razones obvias: siguen instrucciones de mabuses que no les conocen, que no saben ni que existen (no hay plan unitario, no hay división de funciones…). Y claro, esto nos lleva a un segundo nivel de análisis, sociológico: ¿Se trata de esconder el testamento de Mabuse, o se trata de acabar con las razones que llevan a muchos a encontrar en él un sentido mortal a la vida? Goebbels, en 1933, eligió censurar la película y, unos años después, bombardear a discreción…