Casi 40 vendimias, primero como veedor (1997), y desde 1988 como jefe de los Servicios Técnicos, ha vivido Domingo Rodrigo desde el Consejo Regulador hasta su jubilación en noviembre del año pasado. Ha sido testigo de cambios tan trascendentes como la supresión de graneles, la consecución de la Calificada, la creación de la Interprofesional o el éxito productivo y comercial de Rioja del nuevo siglo. Ha trabajado con seis presidentes de la institución y asegura que nunca tuvo que soportar injerencias: «Todos fueron importantes, unos por poner las bases y otros por desarrollar la denominación». «Estoy orgulloso de la evolución de Rioja; el agricultor ha vivido bien, del viñedo y de su trabajo; los últimos 30 años, aunque con alguna sombra, han sido muy buenos».
– Se estrenó usted con una cosecha ‘horrorosa’…
– Así es (risas). Hubo un grave problema con el mildiu o el oídio y, de hecho, aquel fue el primer año en que se empezaron a tomar muestras de vinos para analizar porque fue un auténtico desastre de cosecha.
– Poco que ver aquellos tiempos con aquellos…
– Nada que ver. No había registro de viñedo y los veedores no teníamos ni una máquina de escribir. Todo se hacía a mano. Cuando yo entré se duplicó la plantilla de veedores, de tres a seis, y comenzó a crearse el órgano de control que hoy conocemos.
– Enseguida se metió mano al control de añadas…
– Sí. Cuando entramos en 1977 sólo se diferenciaba el vino genérico del crianza y luego, con Santiago Coello, establecimos la etiqueta diferenciada para las cuatro categorías y a controlar la añada. Hasta entonces, teníamos cosechas que, cuando eran excelentes, eran interminables. Fue una decisión importantísima y en 1985 se empezó a exigir un control de calidad con la recogida de muestras. Muchísimos viticultores tuvieron que dejar de elaborar al no disponer de medios, lo que impulsó las cooperativas, pero sobre todo se mejoró mucho la calidad de los vinos.
– Y en estas se llegó a la Calificada
– Entonces se planteó como una diferenciación sobre el resto de denominaciones de origen. Cuando entré se vendían 67 millones de litros, de los que 27 se exportaban, 14 de ellos en graneles. Había mucha falsificación de Rioja y eso hacía mucho daño. Finalmente se aprobó el embotellado en origen tras una batalla muy dura, sobre todo con las instituciones comunitarias.
– Hábleme de errores...
– El mayor, para mí, ha sido con el tema del blanco. Se perdió un tiempo precioso y varias bodegas se hartaron y decidieron poner los huevos en otras cestas. Con el tinto, el sector aguantó la fuerte presión del ‘cabernitis’ de los noventa y no se autorizó la variedad porque con el graciano, y luego con la maturana, había opciones propias. Aquél fue un gran acierto pero la viura sí necesitaba uvas mejorantes. La promoción, que tardó mucho en empezarse, y la escasa investigación son otros de los errores históricos de Rioja.
– ¿Debería aspirar Rioja a ser algo más que el mejor vino de precio/calidad?
– Sí. Somos los mejores al precio que vendemos, pero también hacemos algunos de los mejores vinos del mundo y no somos capaces de venderlos a la mitad de precio que otras grandes DDOOs internacionales con vinos similares, incluso con medias peores. El futuro va por ahí. Hace falta valor añadido. La liberalización es un error y Rioja debe defender su modelo de control de producción y para ello tiene vender más caro.
– ¿Me habla de diferenciación de vinos?
– Sí. El debate no es nuevo. Surgió hace muchos años pero entonces había que consolidar otras cosas. Me gusta el modelo de los vinos de finca, valorando suelos, menores producciones, analíticas más rigurosas… Ahora bien, si todo el mundo hace vino de finca fracasaremos. Viñas de regadío no pueden hacer vinos de finca. En ese sentido, el caso de Artadi, más allá de que no es buena noticia, creo que puede ser beneficioso para Rioja. Juan Carlos López de Lacalle ha sido valiente. Fuera de Rioja hace mucho frío y veremos cómo le va, pero, al final, para el sector creo que puede ser ‘positivo’ porque ya se está trabajando en la diferenciación.
– ¿Hay espacio de futuro por tanto para los viñedos singulares?
– Sí. Hemos perdido mucho viñedo viejo y, en mi zona, Tudelilla, garnachas sensacionales. La ‘trempranitis’ se las llevó por delante pero el problema es que no se pagaba la diferencia de producir 3.000 kilos. Ahora se está empezando a hacerlo y hay que seguir valorando esos viñedos. Todavía nos queda bastante viña vieja y hay que potenciarla para que sea rentable. Creo que ahora el sector está maduro para estas cosas y son necesarias para Rioja.
– ¿Cómo encajan las subzonas tradicionales en este modelo?
– Perfectamente. Desde 1998 se puede poner en la etiqueta la subzona correspondiente. Todo el que ha querido lo ha hecho, aunque muchas veces se ha falseado la realidad. Rioja Alavesa es la que más la ha desarrollado pero la gran bodega y mediana no han visto ese valor diferencial pretendido y tampoco se puede obviar que no menos del 40% del vino que se trabaja en Rioja Alavesa no es de allí. La realidad es que la subzona no ha aportado una diferenciación sustancial y, por el mismo motivo, tengo mis dudas de que funcionen los vinos de pueblo. Sí creo que pueden hacerlo los de finca, pero estas otras delimitaciones tan genéricas no sé si aportan el valor añadido pretendido.
– ¿Justifica la diferenciación de vinos y viñedos los fuertes movimientos de concentración de grandes y bodegas vivimos en Rioja?
– Está claro que la tendencia mundial son grandes compañías y el resto está en serio riesgos de desaparecer. La diferenciación de viñas y vinos es clave para que los pequeños puedan subsistir. Especialmente crudo lo va a tener el agricultor pequeño si se rompe el modelo de Rioja.
“Los rendimientos de 10.000 kilos en Rioja deben desaparecer”
Pese a haber puesto medios y voluntad para controlar los excesos de rendimiento, Domingo Rodrigo asume este tema como «mi fracaso personal». «No puede haber viñedos que producen 10.000 kilos por hectárea en Rioja; intenté tomar medidas pero me vi desbordado por la falta de amparo legal». Rodrigo recuerda que desde el 2003 hasta hace poco «el Consejo tenía una inseguridad jurídica brutal y, de hecho, es lo que más ha desmoralizado a los servicios técnicos». «Ahora se pueden tomar estas decisiones y hay que llevarlas hasta el final». Rodrigo muestra no obstante su preocupación por el nuevo sistema de control. «Los veedores, afortunadamente, siguen ahí, pero no se puede caer en la burocracia de los sistemas ISO y contentarse con realizar 20 inspecciones al año perfectamente documentadas». «El exigente nivel de control de Rioja –continúa– es necesario porque las puertas del campo están abiertas y hay más de 1.000 bodegas».