“Quiero uno de ojos azules, pelo rubio, piel blanca, y que mida 1.80, no, mejor 1.85. Sobre todo, que no tenga orejas de soplillo, sí cariño, las tuyas son horribles. Y enséñenos el catálogo de narices. ¡Ah! Y que no sea calvo de mayor”. ¿Nos parece ciencia ficción? Pues no parece tan lejano. La semana pasada todos los medios se han hecho eco de que una famosa clínica de reproducción asistida de Los Ángeles anunciaba niños a la carta. Al frente está Jeff Steinberg, uno de los primeros en ofrecer la fecundación in vitro y una de las autoridades en la materia.
Hijos a la carta gracias a la tecnología reproductiva. Recuerda a la novela que Aldous Huxley publicó allá por 1932 (entonces esto sí que parecía ciencia ficción), y que en español se ha traducido por “Un mundo feliz”, todo un clásico del género. En ese “mundo feliz” las personas son incubadas y clasificadas en castas, cada una con su función, y todos viven felices después de haber eliminado, entre otras muchas cosas, la religión, la familia o la literatura. Hay varias películas sobre la novela y, al parecer, Ridley Scott está preparando una nueva versión para el cine prevista para 2010. La clave de ese “mundo feliz” es que todos son seres humanos de encargo, previamente programados genéticamente.
Este fin de semana se podía leer en la prensa nacional la pretensión de un matrimonio negro que ha solicitado en una clínica de Barcelona tener un hijo blanco (se le implanta un embrión donado por blancos y a esperar a que nazca). La legislación en España no permite, afortunadamente, este uso cosmético de las técnicas de reproducción asistida.
Una cosa es avanzar en la biomedicina con fines terapéuticos o para evitar una enfermedad degenerativa, una alteración cromosómica, el Alzheimer o el Parkinson –y esto es positivo, cuanto más se investigue en células madre, mejor; como acaba de decir Obama, “es falso el dilema entre investigación y moral. No son irreconciliables”-, y otra cosa muy distinta es que se haga para satisfacer el capricho de unos padres de tener un bebé de diseño. Lo malo es que si algo se puede hacer científicamente, acaba haciéndose.
En la novela de Huxley, es un mundo feliz porque es un mundo perfecto. Se llega a la felicidad por la perfección, que es lo que se pretende con esta técnica anunciada esta semana: tener hijos perfectos. ¡Qué miedo me da esto! Convivir con la imperfección forma parte de la aventura de la vida. Es todo un aprendizaje, un reto personal, que nos ayuda a superarnos, a ser mejores personas, que nos humaniza. No se trata de tener bebés modelo, como si fuera un producto más de consumo que eliges. Porque, además, será un nuevo motivo de exclusión social: los que puedan pagarlo y los que no. Hay un trasfondo muy peligroso también: se empieza eligiendo el aspecto físico de la criatura y se termina programando superdotados genéticos. ¿No era esto lo que pretendían los nazis?
Querer a alguien es conocer sus imperfecciones, sus limitaciones y, a pesar de todo, quererle. Aceptarnos como somos, con nuestras grandezas y nuestras miserias, con lo bueno y lo malo, y querer a nuestros hijos aun conociendo sus debilidades, sus defectos y sus fallos, es una de las claves para estar en paz con uno mismo y para sentirnos, de verdad, felices en el mundo, mejor que en un mundo feliz.