El Consejo Regulador de la DOC Rioja fue creado en 1926 y una de sus funciones es delimitar la superficie de viñedo amparado para elaborar vinos acogidos a la denominación. Pero muchos años antes en el tiempo, en 1787, cuando se fundó la Real Sociedad Económica de Cosecheros de la Rioja Castellana, los viñedos “riojanos” se extendían hasta Belorado e inclusive Miranda de Ebro, allende los Montes Obarenes, (Miranda tuvo su pico histórico de producción de vino por los años en que la filoxera campaba por los viñedos franceses causando estragos) ¿Había límites definidos entonces para lo que se consideraba Rioja? No necesariamente. Digamos que ancha era Castilla.
Años más tarde, a partir de 1880, cuando la filoxera arrambló también con el viñedo riojano, igualmente situó los límites de las nuevas plantaciones posteriores en los términos municipales que ahora conocemos. ¿Por qué no se volvió a plantar cepas nuevas más al noroeste de Sajazarra o Fonzaleche o más al sur de Castañares de Rioja? Obviamente porque al no haber ya loca demanda de vinos por parte de los franceses, no resultaba rentable. Pero también, todo habrá que decirlo, al perderse toda esa riqueza varietal aclimatada al terreno y al entorno durante siglos, ambos tempranillo y garnacha no de pie franco, por mor de los rigores climáticos propios de la altitud y latitud de las zonas más extremas de la rioja alta, la mayoría de las cosechas no llegaban apenas sino para vinillos ácidos ¿de dónde, si no, los claretes de Tirgo y de Cordovín?
Pero ¡ea! como en la madre naturaleza todo es cíclico y modificable, ahora llega lo que se ha dado en llamar “cambio climático” que, unido a la revolución vitivinícola de los últimos veinte años, ha resultado en que las zonas limítrofes de la DOC Rioja tienen una suculenta proyección de futuro. Villalba de Rioja, por ejemplo.
Villalba es un enclave singular, muy especial incluso dentro de La Rioja. Las uvas de los pagos de Villalba (hermanados en cada vericueto del terreno con los de Haro y Sajazarra) siempre se han cotizado muy bien en las bodegas de Haro. En Villalba se elaboraban vinos en cerca de veinte lagares familiares que sin ningún problema se vendían a las bodegas de Haro o incluso a otras más lejanas. Luego llegaron los adelantos tecnológicos y los cambios generacionales y, claro, como el trabajo en los lagares resultaba duro, las nuevas hornadas de viticultores fueron optando por vender las uvas en vez de invertir en su propio patrimonio y hacer bodega nueva para elaborar vinos modernos. Curiosamente nadie del pueblo se preocupó por el asunto.
Y es que Villalba, sea por la idiosincrasia de la gente del pueblo, sea por su ubicación tan genuina (a un paso de Haro, sí, pero sólo comunicada por una carretera y con una orografía constreñida por el Monte Obarén) la verdad es que increíblemente ha preservado sus raíces: no llegó nunca para nada la fiebre constructora; el pueblo permanece tal y como siempre ha estado; toda una delicia para saborear aires pretéritos.
PAISAJE CON VISTAS
En serio, no se lo digáis a nadie. Villalba es un tesoro, aquí al lado. No es sólo el hecho de que sus calles –finalmente pavimentadas- y sus casas con sus rincones, y el edificio de la iglesia desde donde se divisa un paisaje sereno y hermoso, sino sobre todo el paraje donde está asentado es todo un lujo, una verdadera reserva natural de la biosfera (yo cuando paseo por ahí, por las mañanas o al atardecer, me encuentro a los corzos que bajan del monte a ramonear por entre los viñedos).
Son las primeras horas de una mañana de la segunda quincena del mes de Noviembre de este 2009 que intenta sacudirse el lastre de tantas noticias agoreras. La niebla fría, que ha descendido desde las zonas más boscosas de esta vertiente sur de los Montes Obarenes, cubre con su manto gris un paisaje de otra manera luminoso. Es curioso, en la otra parte de los Obarenes, tanto en las salinas y el monasterio de los camaldulenses de Herrera como en la cuenca de Miranda de Ebro, la niebla sí suele hacerse dueña de días enteros, no así aquí en plena rioja alta donde normalmente luce el sol. Pero esta mañana la niebla, que suele gustar los llanos febriles de Santo Domingo de la Calzada, ha querido silenciar el ambiente por otra parte quedo y ausente de las laderas del Obarén.
Me he acercado hasta Villalba para estar con Belarmina Casado y Pelayo Fernández y conocer las instalaciones de Bodegas Ortubia. Pelayo, junto a su hermano Alfonso, sí ha sido capaz de dar el paso y hacer bodega nueva en Villalba. Lo que ha realizado no es sólo un reto o proyecto personal junto a su mujer, es sobre todo una apuesta encomiable por situar las uvas de Villalba en el escalafón que se merecen y además con nombre y denominación de origen propios: rioja alta auténtica.
La tierra de cultivo más cara de España está en las islas Canarias, las plataneras, por su condición de insularidad y escasez. Luego están los viñedos de La Rioja (y quizá puntualmente en otros lugares). Y las tierras de Villalba son de las más caras: 35.000-45.000 euros la hectárea por 10.000-15.000 euros hectárea en otros lugares de La Rioja. ¿Por qué? Si estás pensando en terrenos ideales para plantar viñedo que den uvas de calidad genuina, por suelo, horas de sol, luminosidad, pluviometría moderada, altitud y latitud… esta zona aquilata todas esas cualidades más otra primordial: aires sanos. Casi todos los días del año, pero cuando más se pone de manifiesto es en Agosto-Septiembre cuando, al atardecer, según se va poniendo el sol, se levanta una ventolera que barre toda la vertiente sur de los Obarenes desde Pancorbo (y que a veces coge más fuerza aún a los pies de la Sierra Cantabria allá por Samaniego, Villabuena, etc.) Estos vientos refrescan drásticamente el ambiente a la vez que humedecen las plantas durante la noche. Y ya sabemos cómo de bueno es eso para generar uvas de calidad, pues esos contrastes térmicos en estas zonas de altitud obligan a las cepas a engrosar el calibre de los hollejos.
Las plantas de tempranillo son muy influenciables por el entorno en que intentan medrar; tienen esa tendencia a absorber lo que tienen alrededor y, por supuesto, los suelos son fundamentales. En cuanto a estos, efectivamente, esa veta arcillo-calcárea tan peculiar y beneficiosa, que viene (más o menos discontinua) desde la Sonsierra, pasa a esta parte del río Ebro por los riscos de Bilibio y Villalba, llegando a blanquear zonas de Sajazarra e incluso los viñedos más remotos de Treviana, es la base edafológica que sustenta buena parte de la calidad (finura y elegancia) que se le presupone a los vinos de la rioja alta. Por eso el tempranillo es variedad indígena de La Rioja y encuentra en estos ambientes difíciles su más sentida y delicada expresión. Y si no, que se lo pregunten a esas cepas cepas viejas plantadas en vaso que desborran antes (de ahí su nombre tempranillo) y que tienden a madurar antes que otras variedades (y que los nuevos clones en espaldera) para optimizar las condiciones climáticas; por eso hay que vinificar antes sus mostos tanto si hay lluvias como si el verano ha sido muy caluroso, como ha sido el caso de esta cosecha de 2009.
ORTUBIA. LEGADO DE LOS BERONES
Investigaciones antropológicas llevadas a cabo en su día vinieron a confirmar que toda la zona del alto Ebro fue tierra de los Berones que, sobre todo por la presión de los romanos, se fueron replegando hacia lo que ahora es el País Vasco. No es de extrañar pues que en la rioja alta se encuentren nombres de raíces vascas, como ORTUBIA (entrehuertas en euskera), paraje próximo a Villalba y que Pelayo adoptó para nombrar a su flamante bodega. Aparte de lo apuntado anteriormente, otra de las razones que le animó a él, a su mujer y a su hermano a dar el paso y fundar la bodega, fue el cambio climático. Históricamente los vinos de esta zona extrema de La Rioja eran vinos difíciles por su acidez, rusticidad e incluso dureza (teniendo en cuenta aquellas vinificaciones precarias); pero hoy en día se dan las condiciones ideales para elaborar en clave de modernidad. Villalba de Rioja es como decimos ese lugar idóneo para producir uvas de calidad pero, eso sí, controlando la producción, pues el tempranillo es planta muy vigorosa y con calor tiende a desmadrarse.
Veinticinco hectáreas de viñedos familiares y la firme decisión de reconvertirse y resistir la presión por parte de las grandes bodegas de adquirir terrenos en el pueblo. Con el asesoramiento enológico de otro hermano que trabaja en Jumilla, y teniendo la materia base, buenas uvas, para quien quiera saberlo y para situar inequívocamente el nombre de Villalba en el mundo, ha salido recientemente ORTUBIA 2006 con contraetiqueta genérica; 10.000 botellas del vino que bautiza la bodega, a la vez que ya está igualmente embotellado el futuro Reserva 2006 que se llamará 1958 en homenaje a los padres.
ORTUBIA 2006. Estamos ante la nueva generación de lo que serán los tintos de la rioja alta del futuro. Ante la avalancha de vinos nuevos que han salido al mercado últimamente, puede parecer que estos proliferan como setas. Y no es así. Los vinos hay que hacerlos; en la bodega, lo cual ya supone inversión, pericia y esfuerzo. Pero sobre todo hay que hacerlos en el campo, llevando a buen término toda una serie de trabajos a lo largo del ciclo vegetativo anual de la planta de la vid. Esa es su enjundia y valor.
Luego, en la copa, el vino te mostrará un color rojo profundo con ribetes amoratados. En nariz, limpieza y gran intensidad aromática; notas de frutos negros en sazón (arándanos, ciruela claudia) engarzadas con otras sutiles del roble; hinojo que luego da regaliz, plantas aromáticas de ribazo, apuntes minerales que le confieren finura. En boca es intenso a la vez que suave. Despliega sensaciones sápidas marcadas por una acidez subyugante, somatizada, que sólo he encontrado en algunos tintos de mar gallegos. Carnoso, paso de boca importante y ecos golosos frutales. Voluminoso, con texturas y sin estridencias. Retronasal medida.
Al vino le cuesta perfilar su carácter riojalteño, pero es seguro que esa complejidad y finura de aromas puros con tacto bucal sedoso le auguran un futuro muy halagüeño. De momento necesita ser mimado pues le cuesta mostrar sus encantos… pero luego vale la pena la espera. El vino exhibe (y puede presumir de ello) honradez por los cuatro costados. Valor seguro.