Embebidos como estamos – y nunca mejor dicho – aquí en La Rioja con tal maremágnum de bodegas, marcas y vinos de distintas hechuras y prestaciones organolépticas… se tiende a obviar que también hay vinos allende la Sierra de la Demanda y más allá de donde termina la Sierra Cantabria, pero no el río Ebro, que continúa su camino hacia el Mediterráneo posibilitando que otras zonas se beneficien de su influjo vitífero.
Una por vecindad y otra por haber saltado a la palestra ruidosamente hace unas décadas, Navarra y Ribera del Duero son probablemente dos de las zonas vinícolas españolas de mayor peso en el mercado de los vinos españoles de calidad. Navarra deudora y Ribera del Duero claramente competidora (al menos en el magín popular, pues son dos realidades distintas), ambas hacen al vino de rioja más grande en tanto en cuanto las dos son potencias vinícolas de consideración. Entre estas y bastantes otras zonas del resto del país se está logrando que hoy en día los vinos españoles estén viviendo una época de auténtico relumbrón. (Otra cosa son las asignaturas pendientes y el momento presente, un tanto ralentizado en todo excepto en producción).
RIBERA DEL DUERO, LLEGÓ, VIÓ Y VENCIÓ
Bueno, lo de llegar a principios de los años ochenta del pasado siglo – después de un pasado intenso pero irrelevante en cuanto a la producción de vinos de calidad – y que el gurú R. Parker se fijara en un vino y lo lanzara al estrellato; eso, constituir el Consejo Regulador de la D. O. Ribera del Duero, y empezar a salir bodegas ofreciendo vinos atractivos en color, fruta y estructura fue todo uno. Si no se conoce la historia e idiosincrasia de este país resulta imposible de entender que al rebufo de Vega Sicilia no proliferaran más bodegas de crianza, habida cuenta del potencial vitícola de la zona. Pero así fue.
Tuvo que llegar la democracia y el desarrollo para empezar a quitarse telarañas de los ojos y de las entendederas y que se manifestara de una vez toda esa riqueza de suelos y ambientes climáticos a orillas del río Duero, incluso con la misma variedad Tempranillo – allí Tinto Fino – y los contrapuntos de la Cabernet Sauvignon y la Merlot.
El viñedo de la Denominación castellana se extiende, acompañando al río Duero, desde la parte más extrema de Soria con su altitud y a veces problemas de maduración (excepciones hechas de los microclimas especiales de ciertos pagos), luego pasa por Aranda de Duero regándola de vinos, y alcanza Roa, Pedrosa, La Horra y alrededores conformando la zona más noble. De Peñafiel para abajo cunde también el viñedo, aunque los suelos son más calizos – y sobre todo cunde el hecho de que Valladolid se sabe vender mejor que Burgos (aunque la provincia de Burgos ostenta el 85% del total de las viñas de la D. O.)
En la Ribera del Duero las cosas han sucedido rápidamente. Quienes fundaron la denominación fueron unos pocos y al principio se conocían todos, pero el crecimiento ha sido excesivo en poco tiempo (eso es lo que pasa por estar cerca de la capital). Multitud de bodegas de toda clase y condición proliferaron sacando vinos con apenas un mínimo común denominador y quizá una carencia de raíces auténticas definidas; pero poco a poco las cosas se van situando. Aunque esa sensación de dinamismo parece no cesar; siguen surgiendo proyectos de inversión o de mejoras.
Resumiendo mucho, se dan cuatro tipos de bodegas, a saber: las cooperativas con todo su potencial elaborador; las bodegas digamos industriales de los grandes grupos empresariales; las bodegas familiares (quizá las más consideradas); y las de la nueva ola, producto de inversiones de gentes no vinculadas ni con el vino ni con la zona, que en el presente siglo luchan por encontrar nombre y reconocimiento.
Como ejemplo del devenir que ha experimentado la Ribera tenemos a Bodegas LÓPEZ CRISTÓBAL, que se puede encuadrar dentro de las bodegas familiares, esto es, las que tienen alma detrás de sus vinos. Aún calienta Septiembre cuando me acerco, a través del páramo castellano, hasta Roa para conocer lugar y circunstancia de unos vinos que por otra parte ya conocía por haberlos vendido.
La bodega parte de la remodelación y adecuación de una antigua granja y, la verdad, resulta de una sobriedad, una plasticidad de edificios a la altura del hombre que recuerda a las villas romanas que probablemente se dieron por tierras castellanas en los albores del primer milenio de nuestra era, que invita serenar el espíritu y parece ser la mejor morada para albergar la recepción de las uvas de 50 hectáreas y la elaboración de vinos de corte casi más atlántico que continentales, serios y de largo recorrido.
En 1994 Santiago López por fin se atrevió a crear su propia bodega y dejar de vender sus uvas a otras. Y es Galo, su hijo, quien ahora rige los destinos de la bodega en un empeño sincero por dar rienda suelta a las uvas excelentes que cosecha y que dan por si mismas (sin necesidad de largas extracciones) esos vinos equilibrados, auténticos, con una potencia fácilmente bebible. Galo se rodea de un equipo polivalente y con ese espíritu castellano que luego transmiten a sus vinos. De alguna manera la bodega es distinta y se retrata con vinos especiales que aquilatan en su estructura conceptos aparentemente contrapuestos, riberas potentes y a la vez elegantes. Efectivamente, en catas comparativas entre grandes riberas, la verdad es que las diferencias entre los más preciados (en euros) y otros mucho más accesibles como los de Galo son de sutilezas por aquí o por allá. La clave está en catar y apreciar calidades y precios, y tratar de desasirse de esa suerte de inopia auspiciada por gurús, premios y los medios de comunicación.
LÓPEZ CRISTÓBAL RESERVA 2004. Estamos ante un vino serio, impecable; ya la botella, estilizada con una etiqueta en relieve con la información precisa, así lo atestigua. Imponente color rojo cereza sin ribetes de evolución; profundo y de gran capa. En nariz se percibe una buena intensidad de aromas; aparecen en primer término los de frutos negros carnosos: ciruelas, cassis, arropados por una fina tela de maderas limpias y ahumados. Según se va abriendo, regala notas perfumadas: flores marchitas, girlache, especias golosas, un ligero balsámico y toques lácteos (toffe). Finura y sutileza.
En boca es suave; sensaciones placenteras con sabores marcados: taninos pulidos, sedosos y estilizados envueltos en un fino tacto bucal. No hay sino armonía; fresco con acidedz medida, fruta en un paso de boca medio y volumen con amplitud en el posgusto. Retronasal larga y enjundiosa. Amable y sin estridencias. Todo un regalo sensorial para disfrutar. Ribera del Duero en estado de gracia.
NAVARRA, REINO SIN REYES
Sorprende que en una región como es la Comunidad Foral Navarra, donde el nivel de vida y los adelantos en servicios sociales, infraestructuras, etc. son notorios, no se corresponda con una producción de vinos de exquisito nivel. ¿Razones? Históricamente Navarra siempre ha sido también tierra de viñedos, de vinos. Pero de alguna manera el espíritu foral tan típico navarro resultó propicio para el movimiento cooperativista. Así, durante decenios ( y a falta de iniciativas privadas, exceptuando algún caso aislado) las cooperativas vitivinícolas dominaron la producción de uvas y de vino; inclusive hoy en día suponen más del sesenta por ciento del potencial elaborador de la D. O Navarra. Las cooperativas tenían un mercado fácil de vinos fáciles de elaborar, fáciles de cobrar y fáciles de beber: los vinos rosados. Unos cuantos enólogos itinerantes entre las bodegas cooperativas marcaban o dictaban las líneas de esos vinos que en su día el Gobierno de Navarra quiso modernizar y potenciar, parece ser que sin aparente criterio.
Efectivamente, tanto la administración como la banca navarras insuflaron dinero… pero para seguir poco más o menos con lo mismo; o incluso en ciertos casos para despistar al personal dando dinero bien para arrancar viñedo, bien para plantarlo. Claro, sobrevino la revolución vitivinícola de la Ribera del Duero, del Somontano, de La Rioja, y en Navarra empezaron a surgir nuevos proyectos con nuevos enólogos y nuevos aires con ganas de mostrar calidad en forma de vinos modernos de variedades foráneas. En esas circunstancias se encontraron las cooperativas que ya no vendían tanto y paulatinamente fueron subiéndose al carro del vino embotellado y poniendo en el mercado botellas a poco más de un euro, despistando más aún al consumidor al encontrar vinos a esos precios junto a otros de las nuevas bodegas a más de cinco euros, en fin.
Habrá que pensar que a las cooperativas no les quedará más remedio que atomizarse y buscar gestiones más eficaces para equipararse a ese grupo de seis-ocho bodegas que sí están en el envite de ofrecer vinos de calidad.
Navarra es un paraíso natural por la bondad de sus paisajes y enclaves,por su latitud y el juego de sus altitudes, por la diversidad de su climatología con las subzonas pertinentes. Y para ejemplarizar lo que decimos tenemos a bodegas OTAZU, un caso más singular aún por cuanto se encuentra fuera de las subzonas navarras y es probablemente el viñedo más septentrional de la península ibérica. Situada en los dominios de un Señorío en un enclave privilegiado de la Cuenca de Pamplona (que abarca tanto como hasta donde podía oírse los tañidos de la campana María de la catedral) y que a su vez finaliza en el Monte del Perdón, donde se corta el clima prepirenaíco propio del lugar.
Otazu es un proyecto de una empresa familiar del año 1989 que retoma el viñedo con nuevas plantaciones de chardonnay, tempranillo, cabernet savignon… en suelos muy diversos con selecciones clonales para mejor aprovechar veinticinco parcelas delimitadas que generan veinticinco vendimias y veinticinco elaboraciones para ofrecer vinos de carácter atlántico puro, de línea fresca y estilizada. Sus 110 hectáreas no dan grandes volúmenes, y además por otra parte 92 de esas hectáreas están ya calificadas como productoras de lo que en un futuro próximo será un Vino de Pago. (Tengo que añadir por otra parte que el diseño de la nave de barricas es una recreación esplendorosa de la cripta del Monasterio de Leyre).
PALACIO DE OTAZU ALTAR 2004. Es fácil hacer un vino imponente con uvas excelentes, por supuesto. Y si además este se presenta en una botella soberbia, de peso, y vestida de negro riguroso… pues ya predispone desde el principio. Efectivamente, el color es negro impenetrable, aún así es limpio y brillante. En la copa abunda un aire de reciedumbre difícil de ubicar o describir. Por una parte se perciben aromas profundos de frutos salvajes junto a notas lácteas igualmente intensas (calostros); a la vez –y sin apenas rozar la familia especiada- surgen ecos que recuerdan a caza, retamas de monte con su verdor y humedad, y leves atisbos de hierbas aromáticas. Decididamente el vino necesita tiempo, desarrollo y evolución para lograr perfilarlo.
En boca de nuevo muestra su carácter recio, agreste, pero –y aquí aparece su perfil atlántico- tanto su fina acidez como su tacto delicado, conforman un paso de boca alegre y confiado. De todos modos sus catorce grados, aunque compensados por la fruta y la acidez, imponen. Sin duda es un vino de armas tomar, o mejor, de bravo chuletón a la brasa precedido por un revuelto de setas que ahora se dan en los bosques navarros. Que cunda y a disfrutar.