Como las cartas que arman la columna vertebral de la narración, la obra de Ángeles Doñate tiene dos caras. La que encabeza el enunciado se presenta con un tono amable, una prosa nada impostada, el homenaje metaliterario a las que sin duda son algunas de las referencias artísticas (y hasta vitales) de la autora. En su anverso, ‘El invierno que tomamos cartas en el asunto’ abre una trampilla más honda: la que conduce al alambicado universo de las relaciones interpersonales donde los miedos y el silencio encuentran su antídoto en la verbalización de los sentimientos.
El punto de partida de Doñate para desplegar su tesis se apoya en una sencilla premisa. El puesto de Sara, la cartera de un pequeño pueblo llamado Porvenir que la autora desubica con toda intención temporal y geográficamente, está a punto de extinguirse por falta de trabajo. Para intentar remediarlo, una vecina octogenaria que ha compartido desde una cercana distancia las tribulaciones de Sara inicia una cadena de cartas anónimas que doten de actividad a la oficina de correos y eviten su cierre. Misivas que deben ser el acicate para que el destinatario escogido al azar tome otro sobre y lo llene para que la cartera deba hacérselo llegar a una tercera persona. No importa el contenido. Da igual la condición social del remitente. Ni siquiera que el buzón a donde finalmente recale lleve años vacío. La fórmula no sólo alcanza su objetivo sino que consigue algo más trascendente e inesperado. Con ello se desnudan los secretos personales de cada uno de los habitantes de Porvenir, activando una catarsis individual que acaba redundando en el colectivo. Un retablo con tantas reflexiones personales como los actores de una cadena compuesta por eslabones variopintos. En el caso de Alma, su redención está vinculada al dilema que como otros tantos jóvenes se le plantea entre escoger el camino laboral que se presupone o el que conduce a sus verdaderas ansias. Para Mara Polsky, una arisca poeta renegada con la vida y su talento que recala en Porvenir para huir de todo, la forma de reconciliarse con el mundo. Una situación antagónica a la de Karol, la apocada inmigrante que añora su tierra natal y acaba descubriendo una vida paralela a miles de kilómetros de donde las circunstancias le han llevado a buscarse el pan.
«En las cartas, las personas muestran la cotidianidad de su alma», resume Doñate en boca de sus personajes en un relato que ejerce a cada capítulo como tributo del género epistolar y algunos de los autores que más lúcidamente lo han practicado en la historia.
La reivindicación de la pureza que rezuma la novela con un punto naif no se circunscribe a una forma de comunicación. ‘El invierno que tomamos cartas en el asunto’ es también una llamada a recuperar el contacto humano arrinconado por las nuevas tecnologías, urbanizaciones como trincheras, sensaciones estándar. Y, por supuesto, el amor en su dimensión más amplia y en el que la propia Sara acaba jugando un papel medular. Periodista de formación y escritora de largo recorrido, la barcelonesa Doñate despliega en la primera novela que firma en solitario un amplio bagaje narrativo y una frescura que anuncian nuevos ejercicios de sinceridad emocional. De esos que nunca cabrán en un e-mail.