El yayo Tasio ha vuelto a sufrir uno de esos ataques de esquizofrenia inversa que padece cada vez con más frecuencia. La patología del abuelo, que ningún neurólogo ha sabido todavía diagnosticar ni mucho menos dar alivio, se somatiza en mutaciones reactivas a lo que ve y escucha. Para que me entienda: una noche, por ejemplo, está frente a la televisión con su bata de felpa y sintoniza uno de esos programas (sic) que anuncian el juicio final a cada minuto y ven hordas comunistas hasta debajo de las alfombras. Entonces, enfurecido por la impunidad de sus descalificaciones incendiarias, el abuelo empieza a recitar a Trotsky en ruso y le abduce una irrefrenable tentación de tomar las calles clamando puño en alto por el sentido común, la igualdad de clases, la erradicación de la TDT.
Si como le sucedió jueves se topa por la calle con uno de esos piquetes que le coartan su libertad de comprar el periódico de todos los días y le acusan entre petardazos, pitos e insultos de estar haciendo juego al poder, Tasio se metamorfosea en un tertuliano radical (valga la redundancia) que pregunta a gritos quiénes son esos rancios sindicatos para negarle sus derechos, cuántas de las subvenciones que reciben entregarán a los miles de parados.
Cuando le sobreviene otra crisis, acaricio la mano pellejuda de Tasio y le ordeno que sólo encienda la tele para ver programas de viejos. A ver si así se convierte de por vida en un niño inocente, puro y feliz.