Siempre que hay un cambio hay un duelo, incluso si es para bien y lo hemos deseado mucho (por ejemplo, nuestra boda), ya que supone un re-elaborar y soltar. En realidad, si nos paramos a pensar, la vida es una continua sucesión de duelos: al aprender a gatear, aunque ganemos independencia, dejamos atrás esas vivencias en las que todo nuestro mundo era mamá… y así vamos encadenando duelo tras duelo en este avanzar que es vivir.
Sin embargo, si no especificamos más, con la palabra “duelo” nos solemos referir a la muerte de un ser querido y, como mucho, a veces, a un acontecimiento duro que hemos de afrontar como una separación o las secuelas de un accidente o enfermedad. Y son a estos duelos, en concreto a los de fallecimiento, a los que van dedicados principalmente los siguientes puntos:
1. Cada proceso de duelo es único y singular. Sirve leer, escuchar, el proceso de otras personas pero siempre teniendo en cuenta esta premisa. Por eso ni hay un tiempo establecido, ni fases por las que “hay que” pasar, ni ná. Atentos, por favor, en consecuencia, a todo lo que se nos diga que es “normal” y “no normal”.
2. Todo duelo requiere para elaborarlo de mucha energía y por eso disponemos de poca para las otras cosas de la vida.
Algunas de las exigencias externas (familia, trabajo) y del entorno pueden ser obligadas por las circunstancias (subrayo la palabra “algunas”). Además pueden ayudar a mantener una rutina y a estar distraídos. Sin embargo hay que tener bien presente que no podemos estar en ellas al 100%, ni mucho menos, pues buena parte de nuestros recursos están ocupados en los procesos de cura y cicatrización internas (de manera análoga a cuando enfermamos, nos operan o sufrimos un accidente).
Así a lo largo del proceso se van combinando el estar para afuera y el estar para dentro, en diferente grado. Y es muy importante respetarse en ello (el antiguo luto, entre otras cosas, ayudaba a esto, al dar permiso social para estar más para adentro).
3. Aparecen emociones, pensamientos y sensaciones que pueden parecer incomprensibles (rabia, culpa… incluso creer ver o sentir a la persona fallecida) y lo mejor que se puede hacer con ellas es aceptarlas sin juzgarlas, como parte del proceso. Por eso no suele (enfatizo este “suele”, pues cada caso tiene su idiosincrasia) ser aconsejable medicar los duelos.
Pero, por supuesto, este abrirse a “lo que uno siente” se combina siempre con un escapar de ello (con risas, pasatiempos… e incluso para algunos, con un exceso de trabajo). Y los dos procesos son necesarios (al igual que en fisioterapia se alterna el esfuerzo con el descanso en los ejercicios, y las dos cosas son imprescindibles para la rehabilitación de la lesión)
4. Hay personas que inicialmente necesitan negar la realidad… y está bien pues es lo que su psiquismo necesita. Cada cual lleva su proceso, con pasitos pa’lante y pasitos pa’atrás… donde etapas aparentemente superadas vuelven a resurgir. Y es que NO es un proceso lineal, sino más bien es como si estuviéramos reformando una casa: se suele empezar por los tabiques y finalizar colocando los muebles pero, a la vez, todo se entremezcla, máxime cuando hemos de vivir en el propio piso que estamos reformando (y podemos estar ya colocando los electrodomésticos cuando resulta que hay que volver a picar por un imprevisto en la fontanería).
5. Cada duelo re-activa a los anteriores, especialmente en sus aspectos no resueltos. Por eso a veces no es extraño que la muerte de un animal doméstico sirva para elaborar otro fallecimiento anterior que no pudimos sentir ni llorar lo que hubiésemos necesitado en su momento.
6. Hay, por supuesto, duelos más y menos complicados. En general, más fácil es cuanto: 1º, más sana ha sido la relación; 2º, cuanto más “natural” ha sido el fallecimiento, es decir, más de acuerdo a lo que uno considera que es la vida; y 3º, cuanto menos sueños, expectativas uno tenía colocados en la persona fallecida.
Por estos dos últimos factores es tan complicada la muerte de un hijo… pues se junta lo “anti-natural” del sobrevivir a los descendientes, con el perder, además de un hijo, la parte de mí que había colocado en él (verle crecer, averiguar qué estudiaría, compartir sus éxitos y tristezas…).
Por otra parte, las muertes violentas también ejemplifican el segundo factor; y las relaciones simbióticas o de abuso o de abandono o con traiciones etc, el primero.
7. También un duelo puede activar algo que hasta entonces había permanecido más o menos en invernación y/o complicar procesos que ya estaban en curso.
8. Cuándo pedir entonces ayuda profesional? A veces, ante la preocupación (de uno mismo o del entorno) por esta pregunta, una breve consulta con un profesional de confianza nos puede ayudar a aclararlo (y por tanto tranquilizarnos al respecto), a la vez que favorecer un curso del proceso más fluido y prevenir un duelo complicado.
Un duelo complicado se puede decir que es aquel que se atasca. Y aunque lo puede favorecer muchísimas cosas (por ejemplo, que coincida con otros sucesos estresantes), habitualmente se destacan como factores de riesgo: los comentados en el punto 6; determinados rasgos y problemas previos de la persona; y una ausencia de un adecuado apoyo social.
Existen ciertas señales que nos pueden indicar la conveniencia de pedir ayuda. Señalo aquí, en este resumen, dos: la excesiva y prolongada interferencia en la vida (no poder trabajar, vincularse, muchos síntomas somáticos…); y el prolongado atasco para realizar cambios. Aunque, por desgracia, a veces, es el cuerpo (a través de enfermedades) el que paga que la mente no pueda con lo sucedido. También en otras ocasiones se puede observar como problemas de depresión o ansiedad tienen su origen en un duelo de mucho tiempo atrás mal elaborado.
Por último también hay personas que acuden a terapia simplemente para tener un espacio para elaborar mejor el duelo, es decir, para aligerar la carga de sufrimiento y crecer como persona con el proceso, agarrando para ello al toro por los cuernos.
Espero que, en alguna medida, lo expuesto os pueda servir para acercaros con una perspectiva más amplia y flexible a este proceso tan inherente a la vida como es el decir adiós. Hasta la próxima semana, navegantes.
***Mercedes García-Laso, tu psicólogo en Logroño, FB, Tw y Ln | Encuentra el tema que te interesa en índice de todos los Minimapas para Tormentas***