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Antonio Remesal

Hablando de vino

No me fío de los que no beben vino

En plenas fiestas de la vendimia, que mejor que un toque de humor, sobre los beneficios y perjuicios del vino para la salud.

No me gustan las personas que no beben vino, tampoco las que beben demasiado. No se trata de una aversión a quién es distinto o no comparte los mismos gustos o ideas que yo, nada que ver con eso. Lo saben los que me conocen bien. La razón viene motivada, por un comportamiento, que he observado, se repite entre ellos: tanto los que renuncian voluntariamente al vino, como los que abusan de él, actúan a menudo como si tuvieran algún reconcomio o resquemor oculto, pasan por la vida como si algo les atormentara. Hoy acabo de descubrir cuál es el motivo de este proceder común entre opuestos: están sufriendo en silencio. He leído que entre las propiedades beneficiosas del vino está la de mejorar la circulación sanguínea. El vino tinto por su gran contenido en flavonoides beneficia al sistema venoso con lo que previene contra las hemorroides. Dolencia que se tiene igualmente más posibilidades de sufrir si le das demasiado al morapio: el consumo excesivo de vino (también de otras bebidas alcohólicas) además de las consabidas peligrosas derivaciones, tiene un efecto deshidratante, causa estreñimiento e inhibe la absorción de vitaminas.

Bromas aparte, es precisamente la mesura, que generalmente va unida a un estilo de vida, y en el que el vino consumido moderadamente participa, lo que realmente causa beneficios para la salud.

Pero, esto es solo una opinión. Frente a los partidarios del consumo “tranquilo” del vino, están los radicales, que parten de la idea que toda bebida alcohólica es perjudicial y por tanto debe apartarse drásticamente de la dieta. Están también, los que por motivos religiosos tienen prohibido el alcohol (recuerden el incidente de la visita del presidente iraní a Francia). Luego están los más puritanos, que relacionan cualquier consumo de alcohol con decadencia y todo tipo de vicios morales.

Entiendan que el hecho de no compartir los gustos u opiniones no significa que no los respete. Uno puede ser todo lo “estrecho” que quiera, ahora bien, sólo para sí mismo, los demás, adultos ellos: ¡allá cada cual con su vida¡. Y es que los hay que les gusta pregonar la rigidez, el fanatismo, la obsesión, la intolerancia o la obstinación por llevar todo a los extremos, eso sí preferentemente en cabeza ajena. Los peores: los abonados a lo de “no hagas lo que hago sino lo que digo”.

A los obsesivos, obstinados por llevar todo a los extremos, es a los que dedico el título de esta página. No es que los bebedores de vino sean más abiertos o más tolerantes, lo que ocurre es que los prohibicionistas lo son muy poco. Y no sólo en el asunto objeto de prohibición ya que detrás de las políticas prohibicionistas suele haber otros intereses.

A estas alturas, estarán pensando, ahora nos suelta lo de “Prohibido prohibir” y nos dice que toda regla o autoridad es perniciosa y que por tanto hay que ir en contra. No, que va, eso está superado: si el ramalazo anarquista no se te cura a los 25 años lo hace en el momento que asumes responsabilidades y, sino, tendrás que hacértelo mirar. Por lo que hoy abogo es por la tolerancia, que ya tenemos bastantes reglas, ordenanzas, regímenes y privaciones como para que encima nos autoimpongamos restricciones añadidas. De ahí que recele con los vegetarianos, veganos, crudívoros, macrobióticos, u otras tendencias que pretender fastidiarnos la vida a base de privarnos del placer de comer, a no ser medien motivos de salud que obliguen a ello. Todos los días vemos como no sé qué universidad americana publica una noticia sobre un estudio que resulta desmiente totalmente otro anterior realizado también por muy sabios investigadores. ¿A quién creemos entonces?.

Mi mujer fuma, nunca le he dicho que lo deje. Es de esos seres privilegiados que consiguen mantenerse en su cigarro diario después de la comida, o si un día se tercia un acontecimiento que lo merezca, pueden caer un par de ellos o tres. Así durante 35 años. La veo cada día como se fuma su cigarrito y cómo disfruta con ello. Estoy seguro que ese momento que consigue de paz, de aislamiento, de relajación, con un cigarrillo, es infinitamente más beneficioso que el daño que en sus pulmones o arterias puede provocar. Al fin y al cabo también es mala la polución, el ruido, el exceso de trabajo (o peor, la ausencia), el stress, la hipoteca, los compañeros tóxicos, etc., y tenemos que sufrir con ellos. Lo dicho sobre fumar con mesura puede extenderse a cualquiera de los pequeños “pecados” al alcance. Satisfacciones que nos animan, nos relajan, nos evaden de la rutina, nos hacen disfrutar y, en definitiva, proporcionan a nuestra salud mental beneficios que compensan sin duda el impacto perjudicial puntual en algún otro aspecto de nuestra salud corporal. Los médicos dan a esto una explicación científica y afirmen que con estos pequeños placeres el cerebro libera endorfinas. Estas sustancias que de forma natural se generan en nuestro organismo ante determinados estímulos, producen sensaciones de bienestar, disminuyen el dolor, reducen el apetito, refuerzan nuestro sistema inmunitario, retrasan el envejecimiento, mejoran el humor, etc.

Ahora permítanme que les comente una experiencia cercana, sin validez científica pero que viene a cuento. El abuelo Segundo era la definición exacta de alegría y optimismo. Con 70 años le diagnosticaron diabetes. ¡Con lo que le gustaba el dulce!. Pues bien, cuando había algo especial que celebrar, en vez de privarse de esas delicias que por su condición le estaban prohibidas, no se cortaba un pelo. Decía, “un día es un día, luego me tomo un cuarto más de pastilla”. Vivió feliz hasta los 90 años.

¡Pero no se alarmen! no pretendo que abandonen las pautas marcadas por su médico, que algunos, me consta, piensan parecido. Entre ellos el eminente psiquiatra, y gran amigo, Jesús de La Gándara. Coincido con él, en que el placer que te pueden dar determinados, llamémosles, vicios menores, entre los que se encuentra el de un buen vino, traducido en beneficio para nuestra salud mental, compensan sus posibles efectos negativos. No nos referimos para nada a los casos en el que el vino, o mejor, el alcohol en general, es una dependencia, en cuyo caso será necesario tratar por especialistas mediante el enfoque terapéutico preciso.

Bueno es todo lo que hoy les quiero contar sobre el vino y la vida. Si no le ha gustado esta página, por poco rigurosa, personalista, subjetiva, inapropiado, discutible, porque incita al vicio y al desenfreno, o simplemente por la forma de expresarme, lo mejor que puede hacer es no darle mayor importancia. Y reírse. Con la risa, igual que con el placer del buen vino, se liberan también endorfinas.

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Sobre el autor

Ingeniero Agrónomo y enólogo. He trabajado en la empresa privada en ámbitos muy variados de la ingeniería. Actualmente en la Administración, en el sector del vino, con el que me siento absolutamente comprometido. Escribo sobre viticultura y enología y, de paso, sobre lo que tercia…Autor del libro “Talking about wine: Rioja”, primer libro monográfico sobre Rioja escrito en inglés.


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