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Jorge Alacid

Logroño en sus bares

El bar al que hay que ir

Elena y Alfonso, bandeja de morros en ristre. Foto de Justo Rodríguez

 

Elena y Alfonso apuran estos días sus últimos años al frente del celebérrimo mesón de la calle Villegas. Es la hora del vermú. Ella hojea las páginas de Diario LA RIOJA durante los segundos que se concede de respiro. Entre cliente y cliente, con un ojo siempre en los pucheros de la cocina, repasa la actualidad del día. Mientras, él aprovecha para una breve ronda por los bares de alrededor, su particular manera de oxigenarse. La parroquia entra y sale del local con una rara sensación apoderándose de los más incondicionales. Esa sensación conocida en otros momentos de la vida. La propia de cuando algo está a punto de decir adiós y uno no sabe si sentir lástima o agradecimiento. O las dos cosas. Cuando llega Alfonso y comparte estas cavilaciones, concluye rotundo: “A los clientes les da más pena que a mí”.

– Hombre, a ti también te dará.
– Hombre, claro. Claro que me da algo de pena.

Porque luego de 18 años al frente de esta institución logroñesa, un bar como de otra época, de la época en que tabernas como la que pilota el matrimonio o eran tan extrañas de encontrar, Mesón Alfonso cierra. A finales de mes. Cuando en este mismo espacio se anunció la noticia, hubo unos cuantos improbables lectores que me participaron de su desdicha, para la cual idearon la misma manera de combatir su tristeza: acudir raudos hasta la calle Villegas y darse un festín de morros. Que es la misma lógica que siguen quienes se disponen a despedir en el par de semanas que resta hasta su clausura a su local favorito, a despecho de una posible subida de la tensión arterial y/o del colesterol. Los morros, como el resto de viandas que forman parte de su jugosa oferta, siguen saliendo a la barra perfectos de punto y de sabor. Atacar una ración antes de que la receta se vaya con sus dueños a la feliz jubilación debería ser una obligación logroñesa. Como saludar con un bocinazo del coche o aparcar en doble fila.

Porque la decisión ya está tomada. A finales de mes, como anuncia el propio protagonista de estas líneas, se bajará la cancela. “Y déjate de romances”, advierte Alfonso, con su español de castellano viejo. Una manera de expresar que se decanta por no prolongar demasiado tiempo su ejemplar desempeño. Que una vez decretado el final de la función, prefiere que el reloj inicie su cuenta atrás sabiendo de antemano en qué momento se detendrán las manecillas y entonces será la hora de recoger sus cosas. Los pósters del Numancia o del Atlético de Madrid, la aparatosa lámpara o las fotos que decoran sus paredes: Alfonso las mira hoy como Napoleón pasaba revista a sus tropas. Luego, cabecea. Duda. Titubea. Lo mismo se marcha sin descolgar todos estos trofeos que consagran una vida dedicada al negocio hostelero, al frente de distintas barras del Logroño de siempre.

Barras que no fueron nunca la suya en propiedad hasta que decidió aterrizar por esta esquina de la ciudad. Antaño, eje del Logroño castizo, ese que se desparrama más allá de las calles del centro histórico, barrios con una proteica personalidad. La lógica de los tiempos apartó de Villegas y alrededores a quienes formaban parte de su vecindario, de manera que el Mesón Alfonso se convirtió en ese lugar al que un parroquiano, como advierte su propio ideólogo, debe encaminar sus pasos si quiere aliviar su apetito. “Aquí la gente viene, no pasa”, pontifica. “Aquí hay que venir”, insiste, con un punto de orgullo y de gratitud hacia la parroquia. La sentencia tiene mucho de verdad y bastante de eslogan. Al Alfonso hay, en efecto, que ir. Porque ya no es un lugar de paso y porque, por otro lado, sirve para reparar cualquier espíritu alicaído. Como tantos bares, es también un sanatorio, especializado en curar unos cuantos males contemporáneos.
Lo prueba su poliédrica clientela, una parroquia panorámica donde se citan los vecinos de la zona con los jovencitos que se entregan al tipo de bares propios de la quinta de sus padres. Esa mezcla generacional constituye uno de sus grandes atractivos. También, su cóctel social y político: clientes de todas las doctrinas del arco parlamentario, e incluso más allá, se confiesan devotos del Alfonso como lo son algunos miembros de la inmigración que ahora es mayoría en el barrio y pecan en su barra como pecamos todos. Contra el dictamen de nuestros cardiólogos. Confiando en que el papa Ratzinger, desde esa fotografía colgada en uno de sus muros, nos absolverá.

Confiando en que alguna dosis de la magia que aquí se seguirá repartiendo durante este mes se disemine en alguno de los bares de alrededor. Que alguien custodie en su barra el secreto de Elena y Alfonso. Profesionalidad, discreción, sentido del servicio… Y sus bandejas de morros.

P. D. La calle Villegas y alrededores cobija una interesante baraja de bares, muchos de ellos alistados en esa tipología tan querida: los bares de toda la vida. Recias barras, con su parroquia conspicua y una oferta interesante, que merece una visita más detenida. Valgan un par de pistas: el Amsterdam, esquina a Escuelas Pías, y el Dallas, hacia la antigua plaza de toros. Que permite un viaje culinario-hostelero al estilo Win Wenderse: esa ronda Dallas-Amsterdam.

Un recorrido por las barras de la capital de La Rioja

Sobre el autor

Jorge Alacid López (Logroño, 1962) es periodista y autor de los blogs 'Logroño en sus bares' y 'Línea de puntos' en la web de Diario LA RIOJA, donde ocupa el cargo de coordinador de Ediciones. Doctor en Periodismo por la UPV.


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