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Jorge Alacid

Logroño en sus bares

Tragos y goles

Poster del Club Deportivo Logroñés

 

El domingo pasado, el Logroño futbolero se arracimó donde suele cuando el equipo de casa que milita en la más alta competición disputó en Badajoz la primera eliminatoria de ascenso a segunda. Eso que los esnobs llama plaiof. O algo así. Digo donde suele cuando aludo al territorio de nuestros amores: los bares. Porque televisaban el partido a través de un canal de pago (qué cosas, pagar por internet: lo nunca visto) y hubo quien allegó los euros necesarios y los cables imprescindibles para que su clientela coronada de los colores blanco y rojo disfrutara de la compañía del vecino en su devoción futbolera y trago va, pincho viene, animara al equipo a distancia. Le dieron suerte. Ganó y este domingo tiene la oportunidad de darle otra alegría a sus incondicionales, también llamados hinchas (vaya usted a saber por qué). Que se reunirán de nuevo en los bares de confianza, aunque en este caso para iniciar desde allí el camino que lleva al estadio al que me resisto a llamar Las Gaunas. Ese adefesio. Las Gaunas sólo hay uno y habita en nuestros corazones, también blanquirrojos.

A propósito de esa feliz coincidencia entre fútbol y bares, se animó a ponerme unas líneas el amigo virtual llamado Pizarrín. No tengo el gusto pero conozco sus hazañas a través del éter, por donde me llega el éxito que cosecha al frente del Avenida logroñés. Donde por cierto acaba de ganar uno de los premios del concurso de tortillas que organiza esta casa, así que doble enhorabuena: por ese reconocimiento y por el otorgado por su parroquia, que tiene puestas en él todas sus complacencias y también colonizó su bar el día del partido mentado. De ahí que Pizarrín me animara a escribir alguna línea sobre ese matrimonio que forman fútbol y bares, a lo cual tengo que advertirle a él y al improbable lector lo siguiente: que he escrito ya unas cuantas entradas a cuenta de esa fusión de dos mundos que me resultan tan queridos. Y que en todos ellos el protagonista era el Logroñés, por supuesto. Ese que ya no existe.

Le he leído alguna vez a Julio Llamazares, el talentoso escritor leonés, confesar su perplejidad porque nació en un pueblo desaparecido bajo las aguas de un pantano en aquellas tierras. Le comprendo bien. Yo sigo siendo forofo de un equipo desaparecido. Invisible, salvo para mis afectos más profundos. Quitando los bares, el espacio donde más tiempo pasé de chaval fue en Las Gaunas. El auténtico. Aquel vejestorio tan entrañable. Y por supuesto que esa ruta que llevaba hacia su perímetro la recorría a través del festón que formaban los bares de alrededor. Un alrededor muy amplio: comenzaba en otro bar difunto, el Wellington de Jorge Vigón. Y acababa después del partido en el Anype de Pérez Galdós, donde birlabas al camarero una de aquellas hojas llamadas Balonazos o algo por el estilo. El precedente de internet a cuatricromía: la ciclostil. También llamada vietnamita.

Pero como no quería quedar mal y rechazar la invitación de Pizarrín, feliz como estaba porque veía fusionarse de nuevo en su barra el amor por los bares con la afición por el fútbol televisado, le dí alguna vuelta al calecer (también llamado magín) y recordé un descubrimiento más o menos reciente. En la calle Pérez Galdós, de nuevo. Donde se aloja uno de esos bares patrimonios de la humanidad logroñesa que todavía resisten entre la avalancha de inventos aciagos que trae la modernidad. Se llama Galdós y alguna vez se mencionó aquí porque en su barra sirven esa alhaja llamada ancas de rana. Si reaparece ahora es porque sus paredes están decoradas con un monumento a la nostalgia: esos pósters del Logroñés que presiden estas líneas. Del Logroñés auténtico. Con Marcos Eguizábal en su doble papel de presidente y alma mater. Un Marcos Eguizábal menguante.

O más bien oscilante. En algunas fotos, maravillas de la técnica del revelado, parece casi un pívot de la NBA. Yo, que lo traté en vida y tampoco soy Sabonis, lo recuerdo más bien chaparro. Pero en alguno de estos carteles se ha obrado el milagro de que diera la misma talla de algunos de los miembros más altos de aquellas plantillas históricas. Repaso ahora esas fotos y veo un montón de caras conocidas, caras amigas. Me saludan desde la prehistoria y las sigo añorando. En realidad, me añoro a mí mismo, con menos canas y más inocencia. Añoro sobre todo la dicha que me procuraba acercarme al campo de fútbol, comer pipas en la grada de general, resignarme a otra derrota (estupenda lección de vida) y asistir a milagros como el gol de Pita. O el de Noly. O el de Iturrino.

Y concluyo: que el bar siga ejerciendo como imán para otras almas en pena que se mueren por ver al equipo de sus amores allá donde juegue, a través de la pantalla o de las pantallas, que ya no sabe uno, es una manera muy hermosa de hermanar ambos hemisferios. Supongo que si el equipo de casa supera la ronda que aguarda este domingo, Pizarrín programará en su Avenida 55 otra sesión de fútbol televisado. Y supongo que sus clientes y más acérrimos seguidores volverán a poblar sus mesas y veladores. Ojalá también griten gol con esa alegría que refleja el vídeo que me remitió. Ojalá pasen y pasen más rondas y se cumplan todos sus deseos. Yo me conformo con un sueño menor: cerrar los ojos y volver a Las Gaunas. Sentarme debajo del marcador de general harto de tanto infortunio, resignado a otra derrota. Levantarme con el murmullo de la grada. Ver a Pita embocar aquella pelota que entró llorando. Y celebrarlo luego en el bar de guardia. Sin necesidad de verlo por la tele.

P. D. La primera macropantalla que alojó un bar de Logroño eligió según recuerdo el Kaiser, cuyos gestores aprovecharon el Mundial de México para programar aquellas legendarias veladas donde, entre otros milagros, vimos a Butragueño y sus cuatro goles en Querétaro. Era una cuenta más en el rosario que inició el bar Bilbao de la calle Mayor, que presumía de ser el primero de su estirpe en disponer de aparato televisor. A esa cadena se añade el primer bar que ofrecía imágenes en color (novedad que ayudó por cierto a popularizar otro Mundial, el de Argentina), honor que se atribuye al Siglo XX, de la calle Ingeniero Lacierva. Pero eran otros tiempos: cuando el forofo perseguía a la pantalla. Ahora son ellas quienes nos persiguen.

Un recorrido por las barras de la capital de La Rioja

Sobre el autor

Jorge Alacid López (Logroño, 1962) es periodista y autor de los blogs 'Logroño en sus bares' y 'Línea de puntos' en la web de Diario LA RIOJA, donde ocupa el cargo de coordinador de Ediciones. Doctor en Periodismo por la UPV.


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