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Jorge Alacid

Logroño en sus bares

Cinco deseos para el 2020

 

El año 2020, además del misterio que sugiere esa doble concatenación de cifras, encierra en materia de bares logroñeses una serie de promesas que deberían cristalizar avanzados los días para hacer un poco más feliz a la parroquia potencial y conspicua. Por ejemplo, la apertura que se anuncia en El Espolón en cuanto cierre su negocio Joyería Álvarez (otro comercio de toda la vida que cae en el corazón de la ciudad: pero esa es otra historia, otra cruel historia) y un ramillete de variadas inauguraciones que se otean en el horizonte, de las que acabará siendo informado el improbable lector. También representa el año nuevo una especie de desideratum para quienes tenemos en el hábito de frecuentar las barras de guardia uno de nuestros pasatiempos predilectos, de manera que depositamos en el 2020 entrante un ramillete de esperanzas que aquí se condensan en otro número mágico. El 5.

Primer deseo, que abra de una vez (de nuevo) La Granja. Imposible no sentir una punzada de dolor (y también de espanto) cuando paseando por la calle Sagasta tropezamos con el esqueleto fantasma del bar que lo fue todo para mí, mi favorito de todos los de Logroño. Con la ventaja de que siendo difunto, es complicado que te decepcione. Pero preferiría correr esa suerte: que reabriera a despecho de que frustrara de nuevo mis pobres expectativas, ahora mismo tan modestas que me consolaría con que volviera a ser el que fue luego de las dos desdichadas aventura recientes. Dicen quienes algo saben de esto (de bares, desde el lado empresarial de la barra) que con la calle en su actual estado, incapacitada para contar con la terraza hoy indispensable en el sector hostelero, resulta complicado devolver a La Granja su antiguo atractivo. Pero yo me rebelo ante la idea de seguir viendo su fisonomía tan maltratada y rezo al dios de los bares para que haga uno de tantos milagros navideños: que el 2020 nos pille con La Granja de nuevo abierta. Y de paso con la calle Sagasta renovada y en perfecto estado de revista: toda una carta a los Reyes Magos logroñeses.

Segundo deseo, sin salir del corazón de Logroño, que abra de una vez sus puertas el hotel que se construye en Correos. Y que disponga de un bar a la altura de mi sueños, mis fantasías tan propensas a imaginar una de esas barras que tan felices nos hacen a sus devotos cuando salimos de Logroño. Un bar de hotel con encanto, libre de bullicio, con terraza incluida proyectándose a la plaza de San Agustín desde donde asomarse a la silueta de la ciudad histórica mientras se saborea un delicado trago o un sabroso bocado. El tipo de bar que echo en falta en Logroño, la segunda entrada en esta misiva a los Magos de Oriente que tienen el mal gusto de llegar en helicóptero en vez de recurrir como tantos mortales a sus camellos de confianza.

Tercer deseo, regreso a la calle Sagasta. Donde se alza la puerta principal al majestuoso edificio que lleva la firma del arquitecto Fermín Álamo, el más mutilado de Logroño, aunque su obra más emblemática (la plaza de Abastos, que los esnobs llaman Mercado de San Blas, cielo santo) resiste a la espera de la enésima resurrección prometida. Si Melchor, Gaspar y Baltasar tienen en cuenta mis oraciones, tan laicas, el 2020 debería ser el año en que la oferta gastronómica se completara con ese bar que llevo en mi cabeza. Surtido por los productos de la tierra, procedentes de los puestos colindantes, y de paso insuflando algo de vida al alicaído templo que fue en mi (ay) lejana mocedad. Mi reciente visita a la feria Sculto demuestra que la plaza (como la llama todo logroñés senior) es un estupendo edificio que digiere con facilidad otros usos, nuevos hábitos: por ejemplo, un bar con denominación de origen, una cuenta más del rosario enhebrado por las vecinas Laurel y San Juan, ayudaría a devolver al más antiguo mercado de la ciudad su añorado esplendor.

Cuarto deseo, también con destinatario municipal: quiera el 2020 que el Ayuntamiento goce de una suerte superior a la exhibida hasta ahora para proveer de abastecedores a los bares cuya concesión saca a concurso con desigual fortuna. Los hay que no tienen problemas para ser adjudicados (el del embarcadero, los de los parques Gallarza y El Carmen, por ejemplo), pero otros siguen ahí, encallados. Como una metáfora de lo que pudo haber sido y no fue Logroño en sus bares: es el caso doloroso del quiosco de La Rosaleda, la terraza que se alojaba en una esquina de El Espolón, cuyo destino parece estar escrito en su apresurada jubilación, despedida y cierre. Si los tres Reyes de Oriente llegan a echarle un ojo durante su cabalgata del día 5, confío en que derramen como yo una imaginaria lágrima y hagan la prometida magia que les antecede: que el quiosco vuelva a ser el que fue. Y que el resto de bares municipales diseminados por Logroño (el del parque del Ebro, por citar otro ejemplo) resuciten durante el nuevo año.

Quinto deseo, solidario. Me gustaría que fuera todo un éxito la fiesta que prepara el Ibiza para el próximo día 3, un encuentro con recaudación solidario, en beneficio de la asociación FARO, dedicada a socorrer a los niños que sufren cáncer. Está prevista la actuación del grupo Nowhere Plan (el dúo célebre entre nosotros por sus brillantes versiones acústicas del cancionero de The Beatles), en horario de vermú, que dispondrá de un suculento atractivo adicional: un cortador de jamón. Como estamos en tiempos de buenos deseos, ojalá que se bata el récord solidario de otros años y la velada alcance sus objetivos: un poco de generosidad en el comienzo del año no va a hacerle daño a nadie. Si alguien se anima, allí nos vemos.

P. D. Un deseo final y panorámico, que agrupe todos los buenos propósitos para cada año entrante, destinados a incumplirse, por supuesto. Aunque no me desanimo: me gustaría que los bares logroñeses contaran con un servicio ágil y eficaz, de manera que desaparezca la sensación que tantas veces cristaliza según la cual de repente los clientes nos volvemos invisibles para nuestros queridos camareros. Me gustarían bares menos ruidosos que de costumbre, bien porque se insonorizan adecuadamente, bien porque los parroquianos dejamos de hablarnos a la logroñesa, es decir, a gritos. Y me gustaría también una clientela cortés, que vea en quien le atiende al otro lado de la barra a un profesional con sus propios problemas y su propio nivel de competencia. Alguien que bastante hace tan a menudo con esquivar a tanto pelmazo.

Un recorrido por las barras de la capital de La Rioja

Sobre el autor

Jorge Alacid López (Logroño, 1962) es periodista y autor de los blogs 'Logroño en sus bares' y 'Línea de puntos' en la web de Diario LA RIOJA, donde ocupa el cargo de coordinador de Ediciones. Doctor en Periodismo por la UPV.


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