Hasta hace no demasiado, necesitaba muy poco para ponerme a 100. Salía a la calle y, daba igual que fuera mañana, tarde o noche, cuando ponía el ojo en una presa no la dejaba escapar. No conseguía quitármela de la cabeza hasta que la conseguía.
Me gustaban todas: dulces, resaladas, rellenas, finas pero con fundamento, calentitas, explosivas, picantes, burbujeantes… Incluso me llamaban la atención aquellas que no tenían demasiado buena pinta. Esas con las que sabía que me iba a arrepentir una vez saciados mis instintos más primarios.
Pero en una gran urbe como Madrid, todo es más fácil de ocultar. No hay esas miradas inquisidoras y chivatas pendientes de tropiezos ajenos que se encuentran con facilidad en ciudades pequeñas como Logroño.
Luego me dirigía a casa superado por los remordimientos y, como nunca he sabido mentir, le contaba mis pecados a mi mujer que, lógicamente, se enfadaba. Ella no alcanzaba a comprender lo que me llevaba a actuar así. No podía entender qué me pasaba y, sobre todo, por qué buscaba en la calle lo que podía encontrar en casa. Ella sabía que lo que perseguía fuera era peor que lo que ya tenía. “¡Pero si tú no eres así! ¡Pero si aquí no te van las cosas raras y eres más bien tirando a soso!”, me decía.
Yo le decía que no volvería a pasar, pero la tentación volvía a ponerse frente a mí. Yo no era capaz de resistirme y volvía a caer una y otra vez, pese a saber que estaba cerca de unos límites que bordeaban, o incluso superaban, lo enfermizo.
Pero todo esto ha cambiado y, de un tiempo a esta parte, he conseguido que nada me ponga a 100. Me lo propuse y parece que lo estoy consiguiendo.
Decidí recurrir a ayuda de profesionales para superarlo. El asunto no era una tontería como para lanzarme solo a un proceso que requería un cambio mental muy importante que me reforzara e impidiera recaídas. Y, aunque queda una parte importante del camino, hoy puedo decir que ya nada me pone a 100 y que voy a hacer todo lo posible para que siga así.
Bueno, sí hay alguien que me pone a 100… ¡y ya me pone hasta a 170! Es Roberto Molina, que después de unos meses de ir descubriéndome y despertándome físicamente, ha comenzado a explorar hasta dónde está dispuesto a aguantar mi cuerpo.
Y mientras Roberto sigue excitando mi corazón, Paula Fernández insiste en educarme, en buscar y aportarme las fórmulas y los recursos adecuados para calmar mis instintos, saber manejarlos y dominarlos. Al final, el objetivo que buscan ambos es alcanzar la mezcla perfecta de pasión y sentido común (tanto en el deporte como en la alimentación).
Y después de casi cuatro meses, entre ambos han conseguido lo que nadie había logrado en los últimos once años: que mi contador se quede en dos cifras y que los 100 ya no sea un objetivo, sino una cifra que dejar atrás para siempre.
El resultado del último pesaje en el Centro de Nutrición y Dietética Nutrium fue contundente: 98,7 kilos. Es decir, tres kilos y medio menos que la última vez. Desde 2005 no veía esa cifra en una báscula cuando yo estaba sobre ella. Este proyecto que comenzamos allá por mediados de junio ya me ha llevado a perder 23,5 kilos. El reto es Objetivo 25 kilos, mi propósito es perder incluso alguno más y, una vez alcanzado el peso que mis dos mentores consideren más adecuado, mantenerlo en el tiempo.
Sin embargo, este es quizás el hito que más ilusión me hacía y que mentalmente más me ha reforzado en mi convencimiento de que estoy en la línea adecuada. ¡Menos de 100 kilos! La verdad es que no puedo estar más feliz, más contento y más agradecido a mis dos ángeles.
Y las buenas noticias no se han quedado ahí. Durante todo este tiempo, Roberto ha jugado con el importante hándicap de tener que planificar unas sesiones de entrenamientos que no castigaran más mi maltrecho tendón de Aquiles. Su excelente trabajo, el de Germán Lleyda, Miguel Moreno, Alberto Gracia, Chema Urraca y todos los miembros del Centro de Fisioterapia y Medicina Deportiva Las Gaunas, ha tenido una consecuencia positiva (otra más) en este proceso: este miércoles, por fin, vi la luz del día.
Dicho así parece que me han tenido encerrado a cal y canto mientras quemaba calorías. No es eso. Todo lo contrario. Después de mucho tiempo de medir los esfuerzos y cargas, tratar, revisar el estado del tendón, llegó el momento de probar cómo estaba mi pierna izquierda.
Los 10 minutos que Roberto me “soltó” para correr por la hierba fueron una especie de liberación. Con la tensión mental inicial de que todo fuera bien se transformaron en la satisfacción de encontrarme cómodo. Prueba superada. Un paso más hacia la recuperación total.
Es cierto que por la tarde tuve alguna que otra molestia, pero en estos momentos me encuentro perfectamente y muy satisfecho. Me siento cerca de poder decir que estoy a tope. ¡¡¡Al final, va a resultar que Paula y Roberto sí que se han propuesto ponerme a 100!!!