El paseo matinal de hoy le lleva al yayo Tasio a las proximidades de la Glorieta. El agua recién esparcida por los barrenderos ha despejado el lugar de vasos de plástico y las vomitonas más frescas, aunque no ha conseguido remojar alguna de las escenas del bodegón que dibuja el lugar en los últimos tiempos. Dos indigentes apurando un tetra-brick de vino, una cuadrilla de chavales tambaleantes que explora dónde acaba la noche y empieza el día, un adoquín asesino atentando contra las pisadas inseguras. Tasio arrastra por allí sus piernas hinchadas cuando como en un sueño incierto escucha una voz. Es, más bien, un murmullo. Una letanía espesa y ahogada que no sabe identificar a la primera escucha. Afila el oído sin alcanzar a ubicarlo. Ni en la corteza de los plataneros ni en la brea del asfalto circundante. Cuando está a punto de reclamar la ayuda de uno de los indigentes que dormita en un banco sobre su mochila mugrienta, el yayo se arrima a la pared del Sagasta y comprueba que el eco se hace más audible. Pega la oreja al fachada, cerca de uno de los ventanales, y comprueba que el susurro se hace gemido. Sí. Quien grita tan ahogadamente es el instituto. Es el sollozo suplicante de sus goteras y humedades. De sus escalones quebrados y maderas carcomidas. Tasio intenta abrazarle. Pega la cara contra la piedra y, a falta de poder ayudarle, junta solidariamente sus arrugas de anciano a las del histórico edificio que no se merece esa vejez tan denigrante.
http://www.larioja.com/logrono/201405/30/remodelacion-sagasta-costara-millones-20140530110634.html
Fotografría: Jonathan Herreros