En nuestro camino hacia el sur viajamos hasta Kandy, la capital cultural del país. Allí la visión cambia por completo. Se trata de una gran ciudad con sus atascos, autobuses en los que no cabe un alma, estaciones en las que no hay quien se aclare, oficinas de turismo, vendedores, mercados callejeros, cafeterías, restaurantes en cada esquina… pero también remansos de paz como el lago o el jardín botánico.
Sinceramente, si vas con prisa, Kandy es un destino prescindible. Es una ciudad encantadora, agradable y bonita de recorrer, pero en unas horas está todo visto y tampoco es que te vaya a dejar con la boca abierta.
Nosotros pasamos allí un día y medio de lo más tranquilo (tampoco nos vino mal). La mañana la pasamos recorriendo el lago Kandy y el templo del Diente de Buda.
El templo guarda la reliquia budista más importante de Sri Lanka: un diente de buda (aunque no lo ves, aviso, está en un relicario). El recinto es enorme y hay diferentes templos y museos dentro.
Se trata de un lugar más que sagrado, así que son realmente exigentes con la vestimenta. A la entrada hay un hombre y una mujer encargados de que en ambos sexos se cumplan las normas de hombros y rodillas tapadas.
La tarde la dedicamos al jardín botánico. No era algo que nos llamara especialmente la atención y no estaba en nuestros planes, pero ya habíamos visto todo lo que teníamos pensado y nos lo recomendaron, así que cogimos un (muy concurrido) autobús y fuimos hacia allí. Está a las afueras y si pillas atasco, como nosotros, tardas un buen rato en llegar. Pero mereció realmente la pena.
Es enorme y puedes pasar horas caminando entre árboles de dimensiones extraordinarias, plantas extrañas y coloridas flores. Esta muy cuidado y hay una gran paz.
Al día siguiente tocaba coger nuestro primer tren en Sri Lanka.
Yo estaba realmente emocionada y nerviosa con esta parte del viaje ya que había leído maravillas, pero como preparamos el viaje con tan poco tiempo sólo habíamos conseguido plaza en tercera clase. Y, sinceramente, no sé cómo serán la primera y la segunda, pero la tercera está genial. Limpia, asientos cómodos, muy poca gente y la ventaja de que puedes abrir y cerrar la puerta cuando quieras para ver el paisaje (mejor que por la ventana). De hecho, nosotros nos pasamos el viaje sentados en las escaleras de salida porque, además de las vistas, lo bonito es ver cómo el tren, de un azul intenso, serpentea tras de ti.
Todo lo que había leído sobre los paisajes se quedó corto.
El viaje dura muchas horas (no es que sea el Sinkasen), pero se hacen cortas, aunque por suerte nos quedaba otra parte del viaje el tren con unas vistas similares (de Nuwara Eliya a Ella). El paisaje va cambiando de bosques profundos hacia campos de te a cielo abierto y la temperatura va descendiendo poco a poco.
Estás llegando a las Tierras Altas (este nombre es muy Juego de Tronos #fan).
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