El jefe Mondongo vive en una choza a las afueras del poblado. Tiene una piscina, un merendero con parrilla para asar misioneros al sarmiento, un altar para sacrificios rituales y una cama grande para comprobar, antes de los sacrificios rituales, si las vírgenes son efectivamente vírgenes y no unas mentirosas que van por la vida de opusianas y luego tienen más kilómetros encima que la Estellesa. ¡A los dioses no se les puede echar cualquier cosa!
Mondongo ha pasado un purgatorio con su choza porque él la tiene muy mona y muy preparadita, pero un día llegó al poblado un tipo que dijo ser arquitecto y urbanista y nos aseguró que había encontrado en no sé qué cajón el Plan General de Ordenación Urbana y que el jefe Mondongo se había construido la choza sin licencia, en un sitio donde antes solo había una tejavana para guardar las lanzas y las flechas. Al tipo le creímos porque vestía como los arquitectos y urbanistas (vaqueros, chaqueta de pana con coderas, bolso en bandolera y gafas que se le quedaban colgando) y porque Mondongo es como es.
Las revelaciones del arquitecto y urbanista causaron gran revuelo en el poblado. Unos cuantos empezaron a gritar que aquello era una desfachatez y un atentado democrático, y otros, sin embargo, que tampoco era para tanto y que mucha gente se había hecho la choza en sitios peores. Mondongo vio que el debate arreciaba, se asustó un poco y decidió hervir en una olla al arquitecto y urbanista y servirlo luego con patatas y una pizca de laurel en una degustación. Las protestas en seguida se aplacaron porque todos (hasta los opositores más feroces de Mondongo) reconocieron que el arquitecto y urbanista era un manjar exquisito, con ese sabroso toquecito progre que da la pana. Luego quemamos su Plan General Urbano y regresamos a nuestro habitual salvajismo constructivo.
En estas cosas andaba pensando cuando llegué finalmente a la choza de Mondongo y me lo encontré postrado ante las siete mil fotos que ha ido recopilando de Pedro Sanz, con los ojos arrasados en lágrimas, gritándole, como ofendido: «¿Por qué, maestro? ¿Por qué?».