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La Rioja

El antropólogo zulú

Agoncillo

El piloto de Germanwings que hace la línea Uagadugu-Agoncillo parece un tipo simpático, aunque un poco raro. Por megafonía nos dice que volaremos a diez mil pies y que ya está mejor de lo suyo. También dice que, por si acaso, en cabina lleva un orinal. A mí todo esto me suena extraño, pero como todavía no conozco bien las costumbres de los pueblos civilizados me pido un güisqui y me echo a dormir. Le digo a la señora de al lado que me despierte cuando lleguemos a Agoncillo, pero la mujer me mira sorprendida.

–¡No me diga que usted se cree que vamos a aterrizar en Agoncillo!

Yo estaba ya medio borracho y no le presté mucha atención. Pero recuerdo que, cuando fui a coger el billete, el tipo del mostrador del aeropuerto empezó a descojonarse:

–¡Agoncillo! ¡Ha dicho Agoncillo! ¡Jajajajaja!»

Y venga risas.

Cuando se calmó un poco, mientras me facturaba el baúl, me explicó que era la primera vez en su vida que alguien le pedía un billete para Agoncillo. El hombre se creía que ese aeropuerto tenía que ser en realidad la tapadera de algún negocio turbio, como esos locutorios/peluquerías que están siempre vacíos. Yo le traté de explicar que no, que era una infraestructura necesaria y utilísima y que gracias a ella La Rioja estaba en el mapa y se contaban por millones los riojanos que volaban todos los días a Madrid, a París y a Londres. El hombre me escuchó con atención, luego volvió a descojonarse y ya no paró. Cuando lo dejé, casi al borde del colapso, le estaban poniendo oxígeno los de Urgencias.

La señora de al lado me despertó cuando sobrevolábamos Agoncillo. Lo veíamos abajo, reluciente, limpito y sin aviones. Parecía una maqueta o un cementerio. De pronto, escuchamos al comandante:

–Como el aeropuerto solo abre de ocho a ocho y media y son las nueve menos veinticinco, les echaremos en paracaídas a la altura de Pamplona. Otra vez será.

La señora me guiñó un ojo.

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Las elecciones, con una mirada... salvaje

Sobre el autor

Nadie pisa las calles de Logroño como Eduardo Gómez. Por su rincón pasa la vida diaria de los bares y restaurantes de la ciudad, con la mirada de un personaje único.


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