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El antropólogo zulú

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Mondongo era antes un tipo serio, adusto como un plato de arroz hervido. Caminaba por el poblado hosco y altivo, sin cruzar palabra con nadie, severamente armado con su lanza y su escudo. Es cierto que solía ir casi desnudo, con las tetas pintadas de blanco y con un pincho que le atravesaba las pelotas, pero eso -que tanto llamaba la atención a los periodistas que venían a grabarnos documentales- en realidad es como nuestro traje regional. Mondongo nos parecía distante y hasta borde, pero nadie discutía su porte y su dignidad. Acojonaba.
Pero un día llegó al poblado un tipo con pelo blanco rizado, camisa amarilla y gafas de pasta. Dijo que era asesor de imagen. Lo miramos con la boca abierta. ¡A qué cosas absurdas se puede dedicar uno en la vida!  Nuestros oficios son todos oficios de verdad: el carpintero hace muebles, el albañil construye casas, el  fontanero desatasca grifos, el enterrador sepulta muertos, el sacerdote sacrifica vírgenes… Y de repente aquel tipo era asesor de imagen. ¿Qué demonios era eso?
No lo supimos nunca. Pero el tío no se callaba jamás, decía constantemente palabras extrañas como sortilegios y nos tachaba de burros y de atrasados. El caso es que acabó comiéndole el coco a Mondongo. Le dijo que el marketing electoral aconsejaba que el jefe fuera un tipo más cercano y que besara compulsivamente a los niños y que bailase con todas las viejas. También tenía que ir a los mercados y hablar con las verduleras y sacarse fotos sonriendo y como mirando hacia otro lado y con la manita haciendo el avión. Mondongo incluso se tuvo que estudiar un libro de baile, escrito por un tal Emilio del Río, en el que se explicaban las nociones básicas de coreografía institucional que hay que seguir para colocarse en el justo medio de todas las fotografías, así en las bodas como en los campeonatos de futbito o en los entierros.
Pero Mondongo no se limitó a eso y un día se puso a bailar por las calles y a cantar rimas absurdas con una voz espantosa. Nos dio tanta vergüenza ajena que -por la dignidad de nuestro poblado- una noche decidimos coger al asesor de imagen, el señor Oyón, cortarlo en cachitos y hervirlo a fuego lento con un toquecito de cayena.

Temas

Las elecciones, con una mirada... salvaje

Sobre el autor

Nadie pisa las calles de Logroño como Eduardo Gómez. Por su rincón pasa la vida diaria de los bares y restaurantes de la ciudad, con la mirada de un personaje único.


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