Hoy, para desayunar, la señora Maritrini nos ha puesto bolitas de humus con guarnición de tofu. Dice que tenemos que vigilar nuestra tensión y comer sano. ¡Qué porquería! ¡Y luego nos critican a nosotros por merendarnos a los misioneros! Esta noche mismo he soñado con uno de Amorebieta, muy apetitoso, que había venido a evangelizarnos y llevaba ya cuarenta años en el poblado. Estaba gordo, pero gordo de verdad, concienzudamente gordo, como solo saben estar gordos los curas vascos. El hombre era simpático y nos enseñaba a jugar al mus, pero a veces se ponía muy pesado con el Athletic y con la gabarra y con un tal Arzallus, una especie de mesías que había sido compañero suyo de seminario. Yo, para picarle, le decía que algo muy raro estaba pasando en Euskadi porque en un resumen de fútbol de la BBC había visto a un negro vistiendo la camiseta del Athletic. Era decirle esto y el hombre se ponía rojo y le temblaba la papada: «¡Mentira! –tronaba– ¡Sacrilegio! ¡Perjurio!»
Nos lo comimos el día en que lo iban a jubilar. Era una pena que esas carnes se perdieran. ¡Ah, qué placer! Sabía a cuajadas y a besugos, a bacalaos y a corderos lechales y al final tenía hasta un regustillo dulzón a chocolate. Ya no nos mandan misioneros así. Desde el Concilio Vaticano, solo vienen por aquí curas enjutos y en vaqueros, que encima se traen la guitarra y dan todo el rato el coñazo con cancioncitas insufribles de Bob Dylan y de Simon y Garfunkel.
Al menos son inofensivos. Sin embargo, cada cierto tiempo aparecen por el poblado unos tiparracos con barbazas, turbante y metralleta que tienen la manía de prohibir cosas. Que si ojito con dibujar a no sé quién, que si ya no bailemos más, que si cortemos el clítoris a las niñas, que si tapemos a las mujeres de arriba abajo… A nosotros, que estamos acostumbrados a ir en pelotas y a nuestra bola, estos histerismos nos sacan de quicio, así que a la que se descuidan los echamos a los cocodrilos. Ocurre que últimamente los cocodrilos, en lugar de comérselos, se nos quedan mirando atónitos, como diciendo: «¿Pero qué mierda es esta?»