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La Rioja

El antropólogo zulú

El ídolo inmóvil

A la señora Maritrini no le cae bien Rajoy. Desde que su Josemari se fue a marcar tableta a Georgetown (su hija, que estudia en un colegio bilingüe de Logroño, lo pronuncia yoryestáun), la patrona no ha encontrado nadie en el PP con su carisma y sus abdominales. Rajoy le parece blandito y algodonoso, como sin sangre. Dice que le recuerda a un blandiblub. A mí, en cambio, cada vez que lo veo aparecer por la tele me viene a la mente la historia de Marianum, el ídolo inmóvil.

A Marianum lo trajeron al poblado unos fulanos que iban rapados al cero y vestidos con una túnica naranja. No era una estatuta –nos aseguraron–, sino un hombre de carne y hueso, pero un hombre que había alcanzado tal nivel de introspección que vivía en un  perfecto estado contemplativo, sin emociones ni pensamientos. Lo subieron a un pedestal, le dejaron un puro encendido y el Marca abierto y ahí se quedó meses y meses, como petrificado. Solo había que renovarle el puro y cambiarle el Marca cada cierto tiempo. Los fulanos de naranja nos dijeron que, gracias a su poderosa energía reconcentrada, resolveríamos todos nuestros problemas si lo elegíamos rey.

Estábamos desesperados y así lo hicimos. Eran días de mucho follón y hasta Mondongo se postró ante Marianum pidiéndole soluciones urgentes: el arroz escaseaba, el clan de los Katalufus quería abandonar la tribu, los del FMI nos estaban tocando los huevos y encima nuestros jefecillos se habían puesto de robar hasta las cartolas. Marianum escuchó nuestros problemas, pero no se movió. Nunca se movió. Algunos problemas se fueron resolviendo por sí solos, a trancas y barrancas, y otros se complicaron aún más y acabaron enquistándose. Sus partidarios decían que Marianum era realmente un sabio que manejaba el tiempo a su antojo y sus detractores aseguraban que sólo era un vago redomado que se echaba unas siestas bíblicas.

Finalmente, un día, de tanto concentrarse en no hacer nada, Marianum implosionó y se convirtió en un cacahuete. Vino un perro y se lo comió.

Ha sido la historia más extraña que jamás hemos vivido en el poblado.

Temas

Las elecciones, con una mirada... salvaje

Sobre el autor

Nadie pisa las calles de Logroño como Eduardo Gómez. Por su rincón pasa la vida diaria de los bares y restaurantes de la ciudad, con la mirada de un personaje único.


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