He mandado un telegrama urgente a Mondongo para contarle en primicia que Pedro Sanz, su idolatrado Pedro Sanz, ha perdido la mayoría absoluta. Lo de Cuca Gamarra le importa menos, porque en la tribu todavía somos machistas y eso de que mande una mujer nos parece un exotismo de pueblos europeos.
Mondongo no ha podido resistirse las ganas y me ha llamado por teléfono a la pensión. Como la señora Maritrini no entiende el bantú, pensaba que le llamaban de Vodafone para enredarla con los contratos y las líneas fijas, así que le colgó entre insultos. Luego volvió a llamar y yo, que me olía la tostada, cogí el teléfono.
Mondongo estaba desolado. «¿Cómo ha podido pasar?», clamaba. Lloraba desconsolado. En un arrebato de furia, había arrancado las siete mil fotografías de Pedro Sanz que cubren su choza. Yo le he intentado calmar y le he recomendado que se tomara un valium del cargamento que se dejaron olvidado los de Médicos sin Fronteras y que usamos para las fiestas. Luego le he tratado de explicar la historia de los pactos y la posibilidad de llegar a acuerdos con otras fuerzas, quizá con Ciudadanos, para seguir en el poder…, pero de repente se me ha indignado y me ha empezado a gritar que un hombre hecho y derecho no puede rebajarse a eso. Yo le he explicado mil veces que las cosas aquí son diferentes, pero Mondongo no lo comprende: él, para gobernar, ha tenido que pelearse cuerpo a cuerpo con leones fieros y llegar a pactos con los leones no parece a bote pronto una opción muy juiciosa.
Yo le he ofrecido quedarme aquí para darle cuenta de las negociaciones y de los dimes y diretes, pero Mondongo me ha ordenado que regrese de inmediato. Mientras me exigía que hiciese la maleta y me aseguraba que no me iba a pagar ni un solo champiñón más, le oía sollozar: «Qué gente tan desagradecida, qué pueblo más bárbaro. ¡Hacerle eso al JFK de la ribera del Ebro!».
Creo que este Mondongo ya chochea. El próximo león se lo merienda fijo.