Estos últimos años han sido muy agitados en el poblado. Un grupo de jóvenes, hartos de que el jefe Mondongo y sus secuaces metiesen la mano sin disimulo en la caja del botín, montaron una acampada en la selva, aclamaron como mesías a un tipo con coleta y crearon el movimiento ‘Comemos’. Defendían, entre otras cosas, que todos tuviéramos idéntica tajada de los misioneros que echábamos periódicamente a la olla.
Al principio nos caían bien porque todo eran fiestas, degustaciones, bonitos discursos y bailes populares, pero pronto, sin que nadie supiese por qué, se crearon varias facciones enconadas, que comenzaron a profesarse un odio africano, ácido y terrible. Como eran políticamente innovadores, les parecía un atraso el viejo y eficaz sistema que seguimos en la tribu para dirimir las diferencias (pegarle al rival patadas en los huevos hasta que se pone morado y se desploma), así que decidieron sentarse todos en círculo y organizar serenamente una votación, como ésas que quedan tan bonitas en la BBC. Ganaron por goleada los de Todos Juntos Comemos.
Sin embargo, dos días después, los de Claro que Comemos, que no se aguantaban el cabreo, se levantaron por la noche y pasaron a machete a los que les habían ganado. Luego -en coherencia con su nombre- se los merendaron con un alioli muy bueno que les preparó su bruja, siguiendo la receta del mesías con coleta. Mientras los hacían filetes, los de Todos Juntos Comemos chillaban, se desangraban y decían cosas inexplicables; cosas tan absurdas como democracia, exhibición pública de pruebas y trámite de audiencia. Los de Claro que Comemos, sin embargo, blandían sus machetes ensangrentados entre destemplados gritos de fraude, casta y chupópteros.
Montaron tanto jaleo que al final nos reunimos todos los del poblado y resolvimos que, para que hicieran ellos exactamente lo mismo que hacían los de antes, mejor los echábamos a los cocodrilos. Por lo menos a Mondongo ya lo conocemos y sabemos de qué va.