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El jefe zumpú

Al bajar esta mañana de la pensión, he visto un viejo cartel electoral del PSOE, medio arrancado y con los colores desvaídos, y me ha venido a la mente la triste historia del jefe Zumpú.
En el poblado nadie quiere acordarse hoy del jefe Zumpú, ni siquiera los que antes le reían las gracias y se proclamaban sus más entusiastas seguidores. Cuando hace algunos años apareció Zumpú, con su mirada circunfleja y su voz engolada, mucha gente se echó a sus pies. Parecía algodonoso e inofensivo, leve y musical. ¡Era tan diferente al avinagrado Dongu, el anterior jefe! Ni siquiera tuvo que matar un auténtico león para conseguir la vara de mando: como acabábamos de sufrir un terremoto terrible, a Zumpú le bastó con acariciar amorosamente a un gatito para convertirse en jefe.
Durante los primeros cuatro o cinco años, todo parecía ir sobre ruedas: los constructores se hinchaban de levantar chozas, el dinero entraba a chorros en el poblado y Zumpú, que no entendía de cuentas, se lo gastaba alegremente: un lunes nos regalaba a todos 400 francos, un martes subía el sueldo a los funcionarios, un miércoles ofrecía una camella preñada a cada parturienta (fuese rica o pobre), un jueves regalaba aceras y piscinas cubiertas a todo el mundo. ¡Era todo tan divertido y espumoso! Siempre había algún aguafiestas que aseguraba que se avecinaban pavorosos nubarrones, pero… a los cenizos no les hacíamos mucho caso.
Hasta que una noche alguien le llamó por teléfono.
Era de parte de los que nos estaban prestando el dinero.
Al día siguiente, Zumpú pegó un tajazo al sueldo de los funcionarios, acabó con los regalos, nos subió los impuestos, congeló las pensiones.
Terminó su mandato a trancas y barrancas. Ni siquiera tuvimos ánimo para echarlo a los cocodrilos. Lo dejamos suelto por la selva. Desde entonces, Zumpú vaga solo por los caminos, abandonado por sus antiguos seguidores, que fingen no conocerlo. La última vez que lo vi, iba medio en bolas, saltando de árbol en árbol, abrazándose a los gorilas y proponiéndoles no sé qué alianza de civilizaciones.

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Las elecciones, con una mirada... salvaje

Sobre el autor

Nadie pisa las calles de Logroño como Eduardo Gómez. Por su rincón pasa la vida diaria de los bares y restaurantes de la ciudad, con la mirada de un personaje único.


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