El otro día estaba tumbado en la choza poniéndome ciego de daiquiris y acariciándole las tetas a una alumna buenorra cuando una imperiosa llamada del jefe Mondongo interrumpió mi trabajo de catedrático universitario.
Deben ustedes saber que, con mis vivencias anteriores en Logroño, en las últimas elecciones autonómicas (¡hace ya cuatro años!), publiqué una tesis doctoral que tuvo un éxito resonante en el poblado. Yo le había puesto un título muy académico (Las costumbres electorales de los pueblos caucásicos), pero el fulano de la editorial me dijo que eso era un pestiño y que no se lo iba a leer ni dios y que mejor le ponía otro título con más gancho. Al principio me resistí y hasta me indigné un poco, porque los antropólogos somos gente seria, pero cuando vi que podía ganarme dos francos más decidí llamarlo Pedro Sanz, el Mondongo europeo.
Fue un éxito. Firmé dos ejemplares en la Feria del Libro de Uagadugu y hasta me entrevistaron en El correo del Níger. El reportero –que como todos los de su gremio era medio analfabeto y tenía pintas de toxicómano– se asombró mucho de las cosas que le iba contando y al final tituló su reportaje: «Pedro Sanz lleva veinte años mandando en su tribu… ¡y a nadie se le ocurre echarlo a los cocodrilos!». Yo le había explicado bien a las claras que ahí arriba no había cocodrilos, pero el tío iba de sobrado y no se enteraba de nada. Luego lo he visto de contertulio en Telecinco y en la Sexta.
El caso es que vendí tres ejemplares y eso situó mi libro a la cabeza de los más vendidos del año, solo por detrás de la colección de recetas del concurso Masterchef Alto Volta (tres páginas, contando el prólogo de Ferrán Adriá). De un golpe me saqué el doctorado, me dieron la cátedra de Antropología Social y mi madre me regaló unas gafas de pasta sin cristales, como las de Cristiano Ronaldo, para parecer definitivamente listo. Ahora doy clase en la Universidad media horita a la semana y el resto, con la ayuda de las alumnas que quieren subir nota, me dedico, ejem, a la investigación.
Y ahora va y me llama otra vez el jefe Mondongo. Qué demonios querrá.